


Yo fui el "y uno". Más de la mitad venía desde la séptima región. El resto: los escasos hinchas bohemios (muchos de ellos ya ancianos), familiares de los futbolistas (mujeres solas, mujeres con niños) y cinco extranjeros (tres que parecían estudiantes norteamericanos en intercambio y dos que parecían agentes alemanes o noruegos que, una de dos, o venían a ver a Esteban Paredes, o no tenían nada que hacer, como yo, en la tarde de sábado).
Yo también vine a ver a Paredes. Dicen los expertos que es la figura del campeonato. Hoy, al menos, no brilló. Pero fue evidente que era el jugador "distinto" de la cancha: tiene potencia, la pide, se mueve, va a durar poco en el club. También vine porque la tarde de sábado a veces es somnolienta y porque no tengo el CDF y Canal 13, no sé por qué, no transmitía en vivo el partido de las clasificatorias a Sudáfrica 2010 entre Uruguay y Paraguay, partido que se disputaba a la misma hora. Entonces, única opción: a la cancha. Antiguamente, uno iba al estadio a ver a determinado jugador. Hoy, los talentos son tan escasos que se perdió esa costumbre. Pocas veces he ido a un partido con el único objetivo de ir a ver a un solo jugador.
La fiesta para los fieles parroquianos que llegamos al más inhóspito de los estadios chilenos (ya diré por qué) esuvo más fuera que dentro de la cancha y gracias al fanatismo de los torteros y su fiel hinchada brava: Los Marginales, a ritmo de cumbia villera, con un repertorio bastante original en contraste con los repetidos cánticos que se escuchan en las galerías de los estadios nacionales.
Hace casi diez años, A. Huenchulaf escribía en la mítica revista La Calabaza del Diablo una crónica titulada "La granja de los marginales" (N°4, año 1, julio 1999, pp. 4-5) en alusión al nombre del estadio, al nombre de la barra de Curicó y haciendo un juego de palabras con la clásica obra de George Orwell, a partir de un partido entre la albirroja y Huachipato B por el campeonato de tercera división: "Los hinchas mantienen un curioso optimismo. Es entendible ser fanático de un equipo con posibilidades reales de competir exitosamente por una copa; pero otra cosa es ir a la gradería todos los fines de semana a gritar en favor de la albirroja que lleva el logo de Multihogar, la tienda más grande de la ciudad, y que nunca ha alcanzado un trofeo." Es entendible, pero me provocan mucho más admiración los hinchas acérrimos de los equipos que no han ganado nada que los de los clubes grandes. Han pasado diez años y ahora Curicó está en primera, van a remodelar su estadio y su hinchada es de las más fanáticas del país. Eso, me genera simpatía. Por otra parte, como si fueran un regionalista matrimonio, Multihogar sigue siendo el sponsor del equipo.
La Cisterna, decía, es un estadio paupérrimo. Los asientos son de piedra, los baños parecen habilitados más para caballos que para seres humanos, el polvo de la pista atlética no parece de ceniza sino derechamente de tierra y rara vez los partidos se disputan con más de dos mil personas en las tribunas. De hecho, la única vez que se llenó fue para su inauguración un miércoles de 1988, en un partido entre Palestino y Puebla, equipo donde jugaba Jorge Aravena. La Cisterna, entonces, es un desierto y transmite pobreza. Desde una cancha vecina, donde se disputa un campeonato amateur, unos quince tipos saltan las rejas y ven los dos partidos simultáneamente, volviéndose de un lado para otro. A lo lejos, se ven los jugadores corriendo y un humo blanco y azul salido de extintores acompañan a uno de los equipos. Más lejos, Santiago reluce a los pies de la cordillera y los grandes edificios que se avizoran parecieran hablar de un desarrollo que aún no ha llegado a la comuna.
Pero el fútbol siempre tiene cosas buenas. Curicó gana uno a cero con un equipo humilde, pero respetable y el Morning con todas sus figuras no puede hacer nada. Su tridente ofensivo de Rivarola, Paredes y Grondona no es capaz de hacer daño y el 3-5-2 dispuesto por el mundialista José Basualdo no puede contra el clásico 4-4-2 de Luis Marcoleta, esquema rendidor, que permite cerrar espacios atrás y llegar de contragolpe arriba.
Curicó celebra su tercer triunfo oficial en primera divisón y los cinco minibuses que llegaron desde la ciudad de los ciclistas enfilan repletos por la carretera en dirección al sur y las banderas albirrojas ondean al viento al ritmo del bombo y platillo de la cumbia villera.
Acomodados en mitad de cancha, muy cerca del pasto sintético del Bicentenario de la comuna de las flores, Darío es testigo de esta historia. Él mismo lo afirma de alguna forma que lo mejor de la U es su hinchada: porque contagia, empuja. Darío es hincha de la Unión. Pero también se lo he escuchado a hinchas de Católica y Colo Colo. La pasión que transmite el hincha, creo que se traspasa al jugador. El año pasado Arturo Salah señalaba que su equipo no debía jugar "al ritmo de la tribuna". ¿Y qué quería? Jugar a lo Salah: casi para el lado (para no ofender a Carvallo, el rey del juego para el lado), ordenadito, reflexivo, al borde de la siesta. Por eso ese equipo no ganó nada: ni campeonatos ni, quizás lo que es peor, clásicos. Ganó dos clásicos en apenas dos años. ¡Terrible! En cambio esta U de Markarián rescata la esencia del juego histórico de la U: intensidad, pasión, mística. No da un partido por perdido. Pelea cada pelota. Lucha hasta el final. Por eso, el empate que parecía sellado se convirtió en triunfo agónico. Porque sin importar la cancha, buscó hasta el último suspiro. Así es la U. Así le gusta a su gente. Hace tres semanas el Colo apenas llevó tres mil hinchas a La Florida. Hoy, la U llevó diez mil. Eso indica la forma de vivir los partidos que tiene cada hincha.
Pero sigamos con el partido. Darío es testigo. Fue un buen juego. Primer tiempo intenso, con la U levemente mejor, traducido en gol de cabeza del uruguayo Olivera a poco del final. 0-1 y a descansar. Pero el segundo tiempo, Audax hizo lo suyo. Tiene a Orellana, pero le falta un socio. Ataca mucho por el lado de Rieloff y Gigena se las arregla para crear peligro al medio. Destellos de Toledo. Luego, de Medel. Audax es un buen equipo, que se apodera del balón, toca y genera peligro. Por eso, el segundo tiempo fue para ellos. Por eso, el empate fue merecido. A poco del final. Córner de Orellana. Cerrado. La pelota sobra a Pinto (su único error en varios partidos) y aparece al segundo palo Vilches, el defensor, quien le gana el cabezazo a un jugador de la U, creo que a José Rojas. 1-1 y parecía que todo quedaría ahí, diplomáticamente. Pero no. ¡Audax siguió atacando! Haciéndose respetar en su casa. Y casi, casi, lo da vuelta. Centro pasado de Rieloff, Orellana devuelve al centro del área de primera y Gigena cabecea casi en área chica e increíblemente la bota afuera. Los tanos perdonaron. Y eso, contra los grandes, suele ser fatal. Así, casi en los descuentos vino el gol de la U, que poco había hecho en el segundo tiempo como para llevarse una victoria. Córner que pivotea Olivera y aparece en el segundo palo Osvaldo González y a cobrar. Explosión en la galería norte del Bicentenario y fiesta final.
Así es la U. El equipo que da alegrías. Darío fue testigo.
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