sábado, 31 de julio de 2010

Diario de un viaje a California I

Escribo sin tildes y sin la ene hispanoamericana y mapuche, esa con una ondita encima de la letra, porque estoy utilizando un teclado norteamericano, economico y rapido como su lengua.

Anclados en la costa oeste de este enorme pais, en California, a unos ochenta kilometros al sur de Los Angeles, en Irvine, tratamos de dar cuenta de algunas huellas sobre un gigante que pisa fuerte con la voz de un enano medio, de quien tiene el privilegio de acceder a una de las mejores universidades del mundo como lo es la Universidad de California para pasar alli encerrado como ratoncito dentro de la segunda mas grande biblioteca del mundo, segun reza la presentacion de la pagina web de la institucion, detras de la Biblioteca del Congreso en Washington.

Como ratoncito y como Kafka en una universidad donde los estudiantes pagan seis mil dolares por un curso de verano, mil quinientos mensuales por un departamento cerca de la universidad (y cuyo propietario es la universidad) y se pasean por el campus en autos ultimo modelos. Como Kafka en un lugar donde aun nos sentimos algo ajenos, algo extranos, y que sin embargo pareciera ser el lugar ideal para leer y escribir hasta el hartazgo.

A nuestra llegada, somos muy bien acogidos por la profesora con quien mantendremos contacto habitual, quien nos va a buscar al aeropuerto y no prepara un excelente asado a la parrilla en el patio de su casa. Martin, en tanto, un graduado salvadoreno, nos lleva al dia siguiente de un lado a otro, de Irvine a la oficina del Social Security Number en Mission Viejo y de ahi a San Diego, pasando por Newport Beach y otras zonas de alta alcurnia. Nos cuenta historias de inmigrantes ilegales ingresando al borde la muerte, todos encerrados en la maleta del auto de un coyote, a minutos de la asfixia. Y asi pasamos de un tema a otro, a veces hablando en espanol y otras tantas en nuestro precario ingles. Mientras tanto, los seis a ocho carriles de la Autopista 405 que conecta Los Angeles con Tijuana, es un hervidero de autos poco dignos del cuento cortaziano.

Todo aqui en este pais gira en torno al auto. En Irvine no hay casi transporte publico. Las calles son amplias. Esta lleno de avenidas y autopistas. La gente va de un lugar a otro en su coche. Hasta comen alli. Son nulas las plazas o lugares de encuentro a pie y el concepto "centro de la ciudad" no existe. De haber lugares de conexion social, estos son los malls, esa gran idea importada por nuestro pais, palmera incluida. En esos grandes espacios uno encuentra de todo, pero sigue estando tan solo como en su auto.

Que diferente es esta California a la que descubrio Vicente Perez Rosales cuando a comienzos de enero de 1849 llego hasta alla en busca del preciado oro. Y que opuestas, ademas, las condiciones de viaje. Embarcado junto a cuatro amigos, cuenta en su Diario de un viaje a California que en total eran 148 los tripulantes del Stauelli. "El numero de pasajeros -dice- constaba de noventa machos, ademas cuatro vacas, ocho chanchos, doce ovejas, algunas docenas de gallinas, tres perros y siete marineros, el capitan y el piloto". Dentro de este variopinto grupo estaba, ademas, Rosa Montalva, "una repleta y bien ajamonada doncella" bien carinocita con todos los varones, sin discriminacion. En nuestro vuelo, en cambio, apenas encontramos un perrito, a quien vinimos a conocer cuando ya pisabamos la losa del Aeropuerto John Wayne -que homenaje-, porque nunca nos enteramos de su existencia y a ninguna doncella "del partido". Es mas, fuimos quizas nosotros los que llamamos la atencion de los otros con nuestro pequeno hijo, a quien todo el mundo lo encontraba so cute, porque apenas lloro y mantuvo muy buen humor las catorce horas de viaje.

Que distinta debe ser esta California a la California perezrosaliana. Esta California que era mexicana hasta que los norteamericanos la compraron a peso de huevo despues de una cruenta guerra. Quince dias despues de haberse firmado la compra, alguien descubrio oro floreciendo en un riachuelo. Despues el petroleo y no paramos mas. Todo esto forma parte del milagro de esta nacion de como llego a convertirse, con apenas unos siglos de existencia, en un imperio. Pero los vestigios de la mexicanidad aun perduran. En nombres de lugares y en los inmigrantes que trabajan en hoteles, pequenos stores o en las cocinas de la comida rapida. Mexicanos con los que, paradojicamente, nos hablan en ingles.

Son muchas otras las cosas que podemos apuntar, pero creo que esto parece suficiente por el momento. Mientras tanto, seguiremos leyendo a Perez Rosales, con la mente puesta en ciento cincuenta anos atras.

sábado, 24 de julio de 2010

Horas decisivas

Cuesta un poco hablar de todas las cosas que están sucediendo a esta vidita de hincha azul, en medio del frío santiaguino, a pocas horas de empezar a jugar los dos partidos más importantes de los últimos dieciséis años. Me refiero a las semifinales de Copa Libertadores frente a Chivas, primero en México y luego en el "Pasional".

Primero, hablar de la muerte de don Julio Cordero Vallejos, creador del himno del club, esa hermosa letra que habla del romántico viajero, las amadas olvidadas y dejadas al pasar, y cuyo sueño es el querer. Esa canción que identifica a todo un pueblo azul. A Cordero Vallejos, fallecido a los 99 años, le debemos una parte importante de este extraño e indescifrable sentimiento. Muchos aprendimos a querer a la U no solo por sus colores, no solo porque nuestros viejos nos llevaron por primera vez a un estadio siendo muy niños, sino que también por ese himno que retumbaba sonoro cada vez que el equipo saltaba a la cancha, por el sector sur del Estadio Nacional. Recuerda el propio autor la genealogía de la canción, cuando rumbo a Antofagasta, en barco, allá por el año 33, para compartir una velada universitaria, fue surgiendo lo que sería más tarde la banda sonora oficial de generaciones de hinchas azules:

Íbamos en tercera clase, pero salimos a cubierta a mirar el cielo. Un marino gringo nos mandó para abajo. Le contestamos a garabatos, pero igual nos fuimos. En el camino encontramos un camarote con un piano y no nos dimos cuenta cuando estábamos cantando. Alguien dijo que era una pena que llegáramos al norte sin un himno. Ahí comenzó a salirme la melodía. La letra fue obra de todos, quienes iban incorporando frases, aunque yo me atribuyó la primera, esa de ‘ser un romántico viajero’. No era difícil para mí crear melodías. Lo hacía desde los 14 años”. (http://www.todobulla.cl/noticias_detalle.php?pri=1516)

Según señala la nota necrológica, recién vendría a ser en 1940 a raíz de un clásico universitario, uno de los primeros de carácter oficial, cuando la música sonó por los parlantes del Nacional, para sorpresa de su propio creador, quien había dejado guardada su creación.
Por estos días también, se nos va uno de los mejores jugadores que hayan pasado por el club en los últimos años. Sin temor a equivocarme, el mejor 10 desde el Leo Rodríguez. Me refiero Walter Damián Montillo, la Ardilla, recientemente vendido a un grande del fútbol brasileño: Cruzeiro. Los partidos por la Libertadores serán los últimos que este gran jugador dispute con la casaquilla azul. En el recuerdo quedarán las gambetas largas con rivales tirados en el suelo, goles claves en instancias importantes y esa dinámica de juego tan especial que inundaba la banda derecha del mediocampo de desestructuración y desorden defensivo en el contrincante de turno.
Con Montillo se va una manera alegre de jugar al fútbol, punzante, eléctrica y talentosa. Uno de esos 10 que son cada vez más escasos en el fútbol cada vez más mezquino de hoy. Será muy difícil encontrar un reemplazante a su nivel

Mientras tanto, en casa se arman maletas y algunos lloramos y sufrimos el no poder estar en las tribunas cuando la U defina su posible paso a la final de la Libertadores. En las horas previas a un viaje largo, cuando de pronto surgen un montón de emociones escondidas, apagadas, se viven las instancias imprecisas de un adiós, de un pequeño cambio de ciclo. Solo queda vivir este momento importante del club desde la distancia, como el hincha más alejado del planeta que, sin embargo, no deja nunca de sentir la sangre azul por las venas.


sábado, 10 de julio de 2010

Los angelitos no van al cielo

Un niño recién nacido ha muerto en medio de un céntrico conventillo de la ciudad de Santiago de los años sesenta. Como es tradición, se da paso al velorio del "angelito". Tradición de origen campesino, prohibido por la Iglesia católica a comienzos del s. XX, por ser considerada fiesta pagana y por "desencadenar en un desorden moral". Tradición rural, pero extendida a los arrabales de la ciudad.

Los vecinos y los parientes "ayudan a sentir" al progenitor. Las mujeres de la humilde casa preparan los panes y el trago. Las lloronas, cuyo promedio de edad debe ser de setenta años, en primera fila velan al angelito. Este, no es más que el nonato sentado en una silla, amarrado de manera tal que permanece fijo. La silla, a su vez, está puesta sobre una mesa, formando con esto una especie de altar. El niño está vestido entero de blanco, pintado sus mejillas y boca con colores vivos, adornado con una corona de flores de papel plateado y provisto de unas pequeñas alas, con las cuales, según cuenta el abuelo al hermanito, podrá acceder al cielo. La madre, aún convaleciente de su "enfermedad", solo intenta apagar su dolor.

Comienzan a llegar los cantores. Surge un guitarrón chileno y los primeros versos para el angelito, alternándose con la letanía de las viejas rezadoras, de mantillo negro en la cabeza. La ceremonia se extiende toda la noche. La gente come y bebe. Llega el baile junto con la cueca: "Pobrecita la guaguita / que del catre se cayó...". Esto se convierte en tomatera. La madre duerme, el padre cae al suelo, ebrio. Se arman algunas mochas, se rompe una guitarra y algunos se ponen cariñosos en un rincón. Mientras tanto, el angelito, sentado en su altar. Y su madre y su hermano, dormidos, exhaustos.

Apenas despunta el sol, el padre se levanta y pone a su niño en un improvisado ataúd hecho a partir de una caja de frutas. Y con él bajo el brazo, se suba a la Recoleta-Lira en dirección al Cementerio General. Pero el niño protagonista de esta historia, de unos ocho años de edad, el hermano del recién fallecido, se ha percatado que su padre se ha ido sin las alitas, por lo que el angelito no podrá ir al cielo. Parte, entonces, en su busca, iniciando así un largo viaje por una ciudad empobrecida, triste y apagada, llena de personajes de baja estofa.

Este es más o menos una síntesis de, quizás, los mejores diez minutos de la historia del cine chileno. O, al menos, uno de los episodios que debe estar en toda antología de cine, haciéndolo extensivo, por supuesto, a la película en su completitud.

El episodio central de esta película da paso, luego, a la aventura que vive el pequeño protagonista en medio de una ciudad que se divisa como un lugar habitado por sobrevivientes de la pobreza: estafadores, prostitutas, proxenetas, pandillas de niños en las caleteras del río Mapocho, en oposición a la vida elegante, aunque vacía, de las clases acomodadas. La Vega Central, el centro de la ciudad que comparte grandes edificios junto a rancheríos de miseria, la Chimba, los sectores precordilleranos, todos estos lugares muestran a un Santiago apenas reconocible, únicamente por el ejercicio de la memoria de quienes lo habitamos hace más de treinta, cuarenta o cincuenta años.

En esta película es innegable reconocer la influencia de Francois Truffaut y su 400 golpes. La música, algunas tomas desde lo alto de los edificios o desde el interior de una tienda hacia afuera mostrando al niño observando las vitrinas, la misma historia del niño asolado en un presente vagabundil, son parientes cercanos de la hermosa película del director francés. Asimismo, una película como Gringuito (1998), de Sergio Castilla, retribuye algunas tomas y episodios de esta película de Kaulen, como por ejemplo las que muestran la vida de la Vega Central o las corridas de las pandillas del Mapocho. Se trata, entonces, de una de las grandes películas que tematizan la infancia, mostrándonos con ello, la infancia como experiencia subjetiva en determinados espacios sociales, con diferentes significados y formas. La infancia como un concepto que tensiona lo social, que articula y muestra desde allí las tramas desiguales de construcción de lo social. La infancia como un tiempo y un espacio con significados propios. Una infancia plurisemántica de la cual es posible extraer diversos puntos de reflexión y discusión.

Uno de esos puntos de fuga de esta película lo constituye el simbolismo de las palomas, que recorre toda la película de principio a fin. Palomas que vuelan libremente. Palomas que son cazadas por los ricos practicantes del tiro al vuelo. Palomas que son capturadas por los niños de los barrios pobres para ser amarradas a un palito y luego ser apedreadas. Palomas que acompañan cada una de las acciones del joven protagonista. Algunas de estas palomas -símbolo de infancia-no logran llegar al cielo. Parece ser el destino de estos niños pobres que circundan el río que atraviesa como herida la ciudad. El niño muerto. Y el hermanito. Los niños de las caleteras. Incluso el niño rico apenas visibilizado, recluido en la celda de su hogar seguro.

Al perder las alas del nonato, el niño protagonista no puede cumplir su meta y con ello pierde la ilusión. Ha dejado de ser niño. Y con esto, la idea de que en la ciudad pobre de los años sesenta, los angelitos no van al cielo.