sábado, 10 de julio de 2010

Los angelitos no van al cielo

Un niño recién nacido ha muerto en medio de un céntrico conventillo de la ciudad de Santiago de los años sesenta. Como es tradición, se da paso al velorio del "angelito". Tradición de origen campesino, prohibido por la Iglesia católica a comienzos del s. XX, por ser considerada fiesta pagana y por "desencadenar en un desorden moral". Tradición rural, pero extendida a los arrabales de la ciudad.

Los vecinos y los parientes "ayudan a sentir" al progenitor. Las mujeres de la humilde casa preparan los panes y el trago. Las lloronas, cuyo promedio de edad debe ser de setenta años, en primera fila velan al angelito. Este, no es más que el nonato sentado en una silla, amarrado de manera tal que permanece fijo. La silla, a su vez, está puesta sobre una mesa, formando con esto una especie de altar. El niño está vestido entero de blanco, pintado sus mejillas y boca con colores vivos, adornado con una corona de flores de papel plateado y provisto de unas pequeñas alas, con las cuales, según cuenta el abuelo al hermanito, podrá acceder al cielo. La madre, aún convaleciente de su "enfermedad", solo intenta apagar su dolor.

Comienzan a llegar los cantores. Surge un guitarrón chileno y los primeros versos para el angelito, alternándose con la letanía de las viejas rezadoras, de mantillo negro en la cabeza. La ceremonia se extiende toda la noche. La gente come y bebe. Llega el baile junto con la cueca: "Pobrecita la guaguita / que del catre se cayó...". Esto se convierte en tomatera. La madre duerme, el padre cae al suelo, ebrio. Se arman algunas mochas, se rompe una guitarra y algunos se ponen cariñosos en un rincón. Mientras tanto, el angelito, sentado en su altar. Y su madre y su hermano, dormidos, exhaustos.

Apenas despunta el sol, el padre se levanta y pone a su niño en un improvisado ataúd hecho a partir de una caja de frutas. Y con él bajo el brazo, se suba a la Recoleta-Lira en dirección al Cementerio General. Pero el niño protagonista de esta historia, de unos ocho años de edad, el hermano del recién fallecido, se ha percatado que su padre se ha ido sin las alitas, por lo que el angelito no podrá ir al cielo. Parte, entonces, en su busca, iniciando así un largo viaje por una ciudad empobrecida, triste y apagada, llena de personajes de baja estofa.

Este es más o menos una síntesis de, quizás, los mejores diez minutos de la historia del cine chileno. O, al menos, uno de los episodios que debe estar en toda antología de cine, haciéndolo extensivo, por supuesto, a la película en su completitud.

El episodio central de esta película da paso, luego, a la aventura que vive el pequeño protagonista en medio de una ciudad que se divisa como un lugar habitado por sobrevivientes de la pobreza: estafadores, prostitutas, proxenetas, pandillas de niños en las caleteras del río Mapocho, en oposición a la vida elegante, aunque vacía, de las clases acomodadas. La Vega Central, el centro de la ciudad que comparte grandes edificios junto a rancheríos de miseria, la Chimba, los sectores precordilleranos, todos estos lugares muestran a un Santiago apenas reconocible, únicamente por el ejercicio de la memoria de quienes lo habitamos hace más de treinta, cuarenta o cincuenta años.

En esta película es innegable reconocer la influencia de Francois Truffaut y su 400 golpes. La música, algunas tomas desde lo alto de los edificios o desde el interior de una tienda hacia afuera mostrando al niño observando las vitrinas, la misma historia del niño asolado en un presente vagabundil, son parientes cercanos de la hermosa película del director francés. Asimismo, una película como Gringuito (1998), de Sergio Castilla, retribuye algunas tomas y episodios de esta película de Kaulen, como por ejemplo las que muestran la vida de la Vega Central o las corridas de las pandillas del Mapocho. Se trata, entonces, de una de las grandes películas que tematizan la infancia, mostrándonos con ello, la infancia como experiencia subjetiva en determinados espacios sociales, con diferentes significados y formas. La infancia como un concepto que tensiona lo social, que articula y muestra desde allí las tramas desiguales de construcción de lo social. La infancia como un tiempo y un espacio con significados propios. Una infancia plurisemántica de la cual es posible extraer diversos puntos de reflexión y discusión.

Uno de esos puntos de fuga de esta película lo constituye el simbolismo de las palomas, que recorre toda la película de principio a fin. Palomas que vuelan libremente. Palomas que son cazadas por los ricos practicantes del tiro al vuelo. Palomas que son capturadas por los niños de los barrios pobres para ser amarradas a un palito y luego ser apedreadas. Palomas que acompañan cada una de las acciones del joven protagonista. Algunas de estas palomas -símbolo de infancia-no logran llegar al cielo. Parece ser el destino de estos niños pobres que circundan el río que atraviesa como herida la ciudad. El niño muerto. Y el hermanito. Los niños de las caleteras. Incluso el niño rico apenas visibilizado, recluido en la celda de su hogar seguro.

Al perder las alas del nonato, el niño protagonista no puede cumplir su meta y con ello pierde la ilusión. Ha dejado de ser niño. Y con esto, la idea de que en la ciudad pobre de los años sesenta, los angelitos no van al cielo.

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