jueves, 14 de enero de 2010

Secretos, pérdidas y silencios










Hay historias que tal vez nunca deban ser contadas. Porque hay gente viva que se puede ver afectada o porque resulta demasiado dolorosa como para hacerla pública. Pero también hay historias que, pese a todo, es bueno que sean contadas para que otros saquen conclusión y ejemplo de ellas. Alberto Fuguet, con su novela Missing (2009) juzgó que la historia de su tío perdido, pese a lo cercano, pese a lo familiar, debía ser contada. Mucha gente cercana al autor queda expuesta; sin embargo, es una historia que por sus peculiaridades, recovecos y matices, resulta atractiva porque es una gran historia. Al estar conectada con la realidad, con seres reales, con situaciones reales, es una historia de la cual pueden derivarse algunas conclusiones interesantes para la vida cotidiana. La más punzante, a mi modo de ver, es la que escarba en la idea de perderse. ¿Por qué, en determinado momento de la vida, alguien decide tomar sus cosas y partri? Con perderse, entiéndase tomar una decisión abrupta y de pronto dejar atrás una vida para comenzar otra. Aunque esa otra vida signifique alejarse de seres queridos. Aunque esa otra vida, implique siempre, el lamento de la pérdida.

Supongo que todo tiene que ver con vidas a medias. Aún sin definir o en proceso de definición. Vidas insatisfechas. En lo familiar, en lo social, en lo intelectual, en lo amoroso. Pero vidas fracturadas. Algo que se calla. Algo que se vuelve mudo. En esa ranura que indica que algo se quebró puede estar la huella de una decisión humana, tal vez inexplicable para los demás, pero probablemente llena de silenciosa justificación para quienes, apurados o concientes, han decidido perderse. Es fuerte la palabra, no me parece completamente negativa, sino más bien rodeada de cierta tragicidad, de una relativa aunque fuerte humanidad. Pero que no merece ni un castigo. Quien alguna vez se ha perdido es porque ha sentido la necesidad de componer algo que está mal, una necesidad de arreglar algo que no funciona y cuya piedra de tope es, justamente, el tipo de vida que le rodea. Un anhelo que no se puede cumplir con lo que ha tocado vivir, sino que hay que ir a buscarla a otra parte. Mientras más fuerte es ese anhelo, más lejos es la ida. Mientras más grande la huida, más abismal es la pérdida.

En la película argentina El secreto de sus ojos (2009) también hay gente que, por un motivo u otro, se pierde, desea perderse. Porque han matado a su joven y bella esposa, porque es más cómodo vivir una vida ordenada, porque es peligroso indagar en la justicia cuando se trata de dinosaurios monstruosos y poderosos, porque existe una pasión descontrolada, injustificada o difícil de explicar. Pero lo que mueve en todos estos casos es un deseo a veces múltiple y equívoco, aunque ese deseo signifique la propia destrucción. Bajo este punto de vista, esta excelente película que mezcla amor, tragedia, humor, injusticia, amistad y diferencias de clase, de manera redonda y emotiva (partiendo por su gran musicalización), es una película cuyos personajes, sin excepción, toman, en algún momento, la decisión de perderse. Para un lado u otro, por un motivo u otro, pero todos se hunden en el fango de una decisión de vida que hace girar la rueda en varios grados hacia otra dirección.

Es mucho más de lo que se puede decir de estas dos obras recientes. Algo que llenaría páginas y páginas. Sin embargo, parece suficiente este silencio enorme que rodea toda pérdida, ese silencio a veces trágico que involucra todo secreto. Y que cuando sale a flote, a veces provoca heridas que finalmente terminan por ser lavadas. Estas dos obras son buenas porque tienen esa capacidad de lavar esas heridas. De lograr cierta sanación a partir del dolor de la pérdida. Aunque esta, sepamos, tal vez no repare nunca la inscripción marcada a fuego.

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