lunes, 9 de marzo de 2009

Historias de Santa Laura. El Boban.

Siempre es bueno escribir y acordarse. Sobre todo, acordarse. Ayer en la mesa dominical surgió un nombre: Hugo Bobadilla. La conversación transitaba en acordarse del nombre de un viejo vecino de los padres de Ale en la calle Javiera Carrera. Hablaban de que vivía a la vuelta, allí en Blest Gana. Nunca se acordaron de cómo se llamaba ese señor. Pero yo sí me acordé de alguien a quien visité muchas veces en su casa, allí en Blest Gana, muy cerca de la casa de infancia de la Ale. Se llamaba Hugo Bobadilla. No, no era él, era otra persona a la que buscaban, pero rápido la conversación varió. Porque ese nombre que de pronto tiré al aire era el de Hugo Bobadilla y mis suegros lo conocían. ¡Lo conocían!

Mis suegros son afables y conversadores y siempre se hacen amigos de la gente de su barrio. Por entonces, Ale debía tener catorce años. La conocí seis años después, pero siempre supe que ya de antes había un conocimiento. Tal vez cuando ellos vivían en Vicuña Mackenna, al frente del edificio de Marcoleta (abajo estaba Abastible), donde mis padres vivieron un tiempo, y luego lo haría el tío Mario. Ale, con uno o dos años de vida, era llevada a pasear al Parque Bustamente. Por entonces, yo, con uno o dos años de vida, es muy probable también que me hayan llevado a pasear al Parque Bustamante. La fantasía está en creer que quizás hubo un infantil intercambio de peluches. El tema sin embargo es que entonces los papás de Ale no solo conocían a Hugo Bobadilla, sino que eran muy amigos de él. Hugo Bobadilla, para los que no saben, era un profesor de Química de la Universidad de Chile y su esposa era profesora de castellano. Tenían tres hijos, dos niñas y un joven. Las dos niñas iban al mismo colegio al que después iría Ale. El niño se llamaba igual que su padre y era compañero mío de colegio. Le decíamos Boban. Sí, por ese jugador yugoslavo del Mundial Juvenil del '87. Pero no solo eso. Hugo Bobadilla padre era colega de mi padre en la U y más de alguna vez coincidimos todos en las fiestas navideñas que se hacían a los hijos de los funcionarios. Hasta que un día se murió. Yo estaba en segundo medio. A todos nos impactó mucho. Esa mañana, en un recreo, el Boban me comentó que su padre estaba hospitalizado. Más tarde, en clases, lo vinieron a buscar. Supe de inmediato que había muerto. A esas alturas, algo sabía de la muerte. Todo el curso fue a su funeral. Allí, no solo estaba yo y todos mis compañeros. También estaban los papás de Ale y probablemente Ale también. Varios años antes de conocernos.

De modo que toda la conversación posterior dejó de ser importante para mi y pronto me fui a otra región de la memoria, la que me llevó a acordarme de mi compañero de curso, de sus padres, del barrio y, en fin, todas estas cosas importantes que vivimos con protagonistas colindantes desconocidos alrededor. Y una de esas cosas, no menor, es la siguiente: Las primeras veces que fui a Santa Laura fue con el Boban. Ambos teníamos carnet de socios de la U gracias a nuestros padres funcionarios y pagábamos 300 pesos la entrada, algo así como mil pesos de hoy, supongo. Íbamos a la galería sur, cerca de la Barra Oficial, la del Chuncho Martínez. Vimos juntos gran parte de la campaña triste del '88, la del descenso, allí, tras ese arco. Partidos polvorosos, anémicos, de escasos goles y varias decepciones. Allí estaban jugadores clásicos de esa época, como los de la foto: Horacio Rivas y Patricio Reyes. Con el Boban vi mi primer partido internacional. Allí, en Santa Laura, un amistoso 2-2, con Huracán, donde jugaba el hermano chico de Maradona, Hugo. Con el Boban conocimos Santiago norte, la Plaza Chacabuco. Santiago se nos hizo más grande. Crecimos también un poco. Con el Boban éramos los únicos hinchas de la U y debíamos soportar las burlas domingo a domingo de nuestros compañeros hinchas de Colo Colo, Católica y Cobreloa que, por entonces, ganaban todo. La historia cambiaría después, muchos años después. Por entonces, casi todo era dientes apretados y cabezas gachas.

Santa Laura siempre tuvo algo de magia. Esconde muchas historias. Guarda increíbles momentos. Hace tiempo que quería escribir sobre este estadio. Ahora que está remodelado, más moderno, con butacas individuales, como en la foto de más arriba. Y me pareció que a raíz de la conversación de anoche sobre la mesa debía empezar con esta historia de afinidades secretas. Esas afinidades que permiten establecer relaciones entre personas, lugares y sentimientos, en donde todo aquello que se ordena sin una lógica aparente, en verdad se sustenta precisamente a partir de esa ilogicidad.









4 comentarios:

  1. Excelente relato, emotivo, quièn diría que a ese equipo que bajó a segunda lo dirgía un tal Pellegrini...

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  2. Fue su primer equipo. Tengo patente el recuerdo de que quiso armarse de atrás para adelante. Una vez lo dijo. Por eso, cuando le ofrecieron un arquero y un delantero, los dos de Huracán, prefirió al arquero: Héctor Giorgetti. Ya era viejo y tenía algo de experiencia. El delantero era un jovencito... Se llamaba Marcelo Barticciotto... Lo otro es que ese año, la U descendió por un gol de diferencia.

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  3. Efectivamente me acuerdo de esos partidos en el Santa Laura y tambien algunos en el Nacional.
    Creo que los años que fui mas al estadio fue entre el 88 al 90.
    El equipo del 88 era malo con mayuscula por las las ventas que hicieron despues de la gira por Mexico que desarmaron el equipo. Aparte a Pellegrini se le ocurrió irse a viajar por Europa. Despues el 89 en segunda el equipo tuvo que ganar en canchas dificiles para volver a subir, con Vasconcellos como manija del equipo. Despues el 90 se sufrio todo el campeonato para no bajar, con un equipo en que los refuerzos coo Pepe Castro y el chueco del Pato Yañez dieron jugo hasta el final del campeonato. Ya el 90 fui poco al estadio, volvi a ir el 92-93 para ir a ver el equipo de Mariano Puyol, Gino Cofre, el surgimiento del Matador Salas, y el resto de la historia es conocida.
    Saludos.
    HBP

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  4. Gracias, Hugo, por comentar. No lo había visto sino hasta hoy, casi dos años después. Se me ha alegrado el día después de leerte. ¡Un abrazo!

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