The dancer and the thief. Fernando Trueba. 2009. Basada en la novela de Antonio Skármeta, El baile de la Victoria. 2003.
Las historias y pequeñas tragedias que subyacen a los personajes de esta película se desarrollan en el contexto de un Chile que ha recuperado hace aproximadamente nueve años la democracia perdida luego de 17 años de gobierno dictatorial de Augusto Pinochet. El nombre original del libro alude tanto a la protagonista, Victoria, como al hecho de estar contextualizado en un periodo en donde la Concertación por la Democracia, un conglomerado de partidos de centro-izquierda, gobierna desde la recuperación de la democracia. El título funciona como subtexto crítico de lo que ha significado hasta allí el periodo de baile tras haber ganado las elecciones. La traducción del título al inglés, en cambio, enfatiza en la relación amorosa entre la bailarina y el joven ladrón, quitándole, con esto, esa carga semántica.
Bajo este contexto la democracia que se crítica en esta historia es una democracia a medio andar. Los responsables de torturas y asesinatos no han sido enjuiciados y andan libres por la ciudad. Algunos son extrañamente millonarios, como se sugiere del Gral. Cantero en el film, y la mayoría de los ex agentes de la policía secreta del estado, la temida CNI, trabajan como guardias de seguridad o guardaespaldas de los propios ex generales. En medio de esto, ocurre el arresto de Pinochet en Londres, en 1998, por sus crímenes de lesa humanidad y enriquecimiento ilícito y su extradición a Chile al año siguiente. Tras haber sido sobreseído por una “demencia senil leve a moderada”, el dictador llega al aeropuerto de Santiago y se levanta de su silla de ruedas, para saludar a sus familiares, amigos y fanáticos. La revista chilena semanal The Clinic, de análisis descarnado y satírico de la realidad nacional, de gran tiraje y venta hasta el día de hoy y fundada con ese nombre para aludir precisamente a la London Clinic donde estuviera internado Pinochet, titula en su siguiente número : “Hombre muerto caminando”, en juego de palabras con una película de 1995 protagonizada por Susan Sarandon y Sean Penn, Dead Men Walking.
El tema de la memoria, en tanto, es algo pendiente. La población media se divide entre quienes quieren dar vuelta la página y olvidar, seguir adelante y conseguir el anhelado desarrollo con espíritu empresarial, y entre quienes sostienen que es imposible crecer históricamente sin enjuiciar a los culpables de tortura y desaparición. Es la división existente entre el pensamiento de derecha y el pensamiento de izquierda. La ciudad, por tanto, vive en una permanente tensión por conflictos no resueltos. Las víctimas se encuentran en la calle con sus torturadores y el miedo, la rabia, una violencia latente y el silencio predominan por sobre la libertad, la verdad y la salud mental de los ciudadanos enterrados bajo una capa de smog. Todo pareciera estar en orden, pero la mudez traumática de Victoria es real. Esa mudez habla de algo no resuelto. De una herida abierta.
Por otra parte, Santiago, la capital, se muestra sumida en pleno proceso de modernización y cambios en su fisonomía: autopistas suburbanas que la atraviesan de un lado a otro en pocos minutos y altos edificios en el Sanhattan, el barrio de negocios denominado así por algún ingenioso representante del típico humor nacional. En medio de esto, llama la atención la idea que explota Trueba de hacer andar a los enamorados a caballo en medio de las grandes peatonales. Idea romántica, quizás extraída de un realismo mágico que la propia literatura latinoamericana exportó, pero hace ya cincuenta o sesenta años. Imaginario, tal vez, de cómo se ve a Latinoamérica desde el primer mundo. O simple metáfora para hablarnos de un héroe con sombrero, extraña mezcla de delincuente con aspecto de poeta, ingenioso y romántico, parlanchín y majadero, que atraviesa la ciudad como el Zorro o John Wayne.
En la novela de Skármeta y en la película de Trueba, Chile y, por extensión, Latinoamérica, es un lugar de inequidades sociales, como lo muestra la escena de la prueba de baile de Victoria en el Teatro Municipal. Allí llegan únicamente la gente de posición y dinero. Para todos los demás, sin importar su talento, la pista se hace pesada, es una carrera de obstáculos. Es también un lugar donde la poesía goza de un status inusual. Ser poeta es algo tan cotidiano como salir a trabajar. Levantas una piedra y sale un poeta. Es una exageración, sin duda, pero las voces de los grandes como Mistral y Neruda permanecen en el ideario colectivo de una nación, sus versos han marcado la conciencia del país. Por otra parte, es un lugar donde los que están al margen de la ley gozan, extrañamente, de cierta simpatía. Es algo exagerado también, tal vez más próximo a un pasado predictatorial, una idea de arraigo popular que hace que un famoso asesino como Pierre Dubois, por ejemplo, enterrado en el cementerio de Valparaíso hace más de cien años, funcione como santo milagroso al cual se le prenden velas y se le agradecen favores concedidos. No es casualidad el nombre del protagonista, entonces: Ángel Santiago, divino y terrenal a la vez, guardián de la joven Victoria.
La película de Trueba muestra el mapa de una ciudad y un país anclado en la historia, intentando resolver sus tensiones, traumas y deudas, pero lejos aún de saldar y reparar las consecuencias del olvido. Los personajes se mueven dentro de este mapa tratando de aliviar sus propias tragedias personales en medio de un paisaje cambiante por las propias transiciones históricas y los efectos de la globalización.
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