1. Dos padres y un bebé deciden ir a visitar a su protectora. El lugar es lejano. Hay que partir de madrugada para alcanzar a llegar de día. La casa de la protectora queda arriba de una montaña que luego habrá que bajar para volver a subir otra, unos cuantos kilómetros más allá. Pero la protectora es buena. La protectora tiene un niño en brazos y les asegura a los padres que todo estará bien. Los padres viajan hasta ella para agradecerle su protección. Llevan velas y un bebé. La protectora debe saber cuánto agradecimiento hay dentro de esos padres, pero estos se comprometieron a hacer el gesto y la quieren visitar. Cuánto antes, mejor. Cuánto antes, más contenta se pondrá ella. Ella, la virgencita.
2. Cae la segunda noche. Un niño sonríe. Los padres deciden ir al pueblo. Dan ganas de un jugo natural después de haber pasado toda la tarde con los pies en el río. Pero algo pasa con el auto. Hay un neumático pinchado. Hay que cambiarlo. El tornillo está apretado. El padre suda. Un niño llora. Empieza a caer la noche. No hay ermitaño alrededor. Hay que cambiar la rueda como sea. Caen las gotas de sudor. La madre piensa que no podrán ir a ningún lado y que se quedarán en medio de la nada un buen rato. En medio del terrible silencio de la montaña. El padre hace todos los esfuerzos necesarios y luego de absurdos intentos logra cambiar la rueda. Las manos negras. El sudor. Hay que limpiarse con papel. Los padres van al pueblo. Por fin. Toman su jugo. Y vuelven. Ha caído la noche y esta noche, esta vez, se encenderán todos los fuegos. De la chimenea sale la tibieza necesaria para la tranquilidad. El pequeño no se va a resfriar. La madre tapa todos los hoyos de las ventanas y la pieza se vuelve un hogar. Pero allá afuera, junto al sonar del río, hay niños que gritan, hay niños que lloran. Hay pequeños fantasmas migratorios. La sombra de un niño ahogado.
3. Cae la tercera noche. Los padres toman su sopa. Extrañamente, no hace frío. Como si la virgencita y la luna se concertaran para brindar calorcito. Pero hay que encender la chimenea igual. El padre ha pasado parte de la tarde recolectando leña en el bosque. La madre ha pasado parte de la tarde cantando y cocinando. El niño ha pasado parte de la tarde escuchando el canto del agua. El río ha pasado el día con agua disponible para un baño otoñal de montaña. Cae la noche y los padres toman su sopa. Hay sueño. Dan ganas de dormir. Hay que encender la chimenea con los leños traídos por el padre recolector. Los padres y el niño se duermen abrazados por los brazos cálidos de la chimenea. Pero en medio de la noche ya no son únicamente los niños del río los que anuncian su visita. En medio de la noche, la casa se llena de humo y el humo amenaza la frágil respiración de un niño. Los padres abren las ventanas. Hay que ventilar. Menos mal que estos padres torpes logran controlar la situación. Era solo un leño porfiado que quiso salirse del ducto de ventilación. Pero bastó esa porfiadura para abandonar todo el segundo piso a un respirar leñoso. Entra el frío por las ventanas abiertas. Como perro castigado, el humo poco a poco se disipa y deja a los padres respirar tranquilos. El niño solo ha tosido una vez y se pasa el resto de la noche en su nido especialmente preparado por estos padres locos que poco saben hacer ante este huésped silencioso. Todo vuelve a la calma y llega la madrugada entibiada por una chimenea de montaña y una estufa capitalina concertadas para brindarle a un niño el más dulce de los sueños. Pero afuera hay otros niños. Los niños que no duermen. Los niños que gritan y lloran. Uno de ellos se aparece en sueños y llora. Es pálido como la luna. Y pequeño. Es un pequeño fantasma que viene a contarle a estos padres locos que ese río que suena intenta tapar su desgracia. Pero que él no dejará de llorar.
4. Es de día. Temprano por la mañana los padres arreglan todo lo necesario para partir. El sol se asoma por la boca de la montaña y les regala un viento cálido de despedida. Junto a la cocina a leña un niño juega con las moscas. A él se le ha asignado un despertar olvidadizo. Nada sabe de neumáticos pinchados y piezas ahumadas. Nada sabe de los niños muertos en el río. Solo mueve sus manitos y ensaya algunos sonidos, divertido en su coche, acompañado de su protectora. Ya más tarde, en medio de una parada del camino, uno de los padres se atreve a comentar los ruidos de la noche. Ambos coinciden en darle un nombre al temor. Algo relacionado con fantasmas que mejor no vale invocar. Mientras, un niño sigue respirando, acercándose a la ciudad, y a veces esboza pequeñas sonrisas. Los padres a veces piensan que es la virgencita que se manifiesta a través de él, contenta por tener a alguien a quien querer y cuidar.
Bastante más detallada que la respuesta sucinta que me diste al preguntarte ¿cómo lo pasaron? :-P
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