La despedida de una manera linda de ver el fútbol. Apasionada. Exigente. Siempre al frente. Sin complejos, indiferente respecto al rival, el entorno y las circunstancias anexas. Siempre buscando la excelencia, el espectáculo y el buen fútbol.
Y la despedida de una forma de vivir la vida. Consecuente con las ideas. Sin miramientos con el poder. Sin complacencias. Reticente a las manipulaciones interesadas de quienes intentaron sacar partido de su figura para beneficio personal. Con tintes pedagógicos, buscando siempre una lección y una enseñanza para compartir con sus discípulos. Y con una decencia y un caballerismo tan perdidos en el mundo frenético de hoy.
Con más frecuencia de la esperada, el fútbol y la vida se cruzan de manera misteriosa. Recuerdo con emoción cuando el 15 de enero de 1989 la U se fue al descenso y los quince mil fervorosos hinchas de la U que nos cocinábamos de tristeza esa tarde calurosa de verano en el Nacional, cantábamos llorando, pero con convicción, "que volveríamos a ser grandes, grandes como fue el Ballet". Y, en cierto modo, así fue, más temprano que tarde, sobre todo a partir de la obtención del título de 1994, 25 años después del último logro. Pero esta vez, veintiún años más tarde, en medio del adiós de Bielsa, todo canto de promesa, rabia o agradecimiento, me parece una canción hueca, repetida, que no arreglará nada. Con el escepticismo vivo de quien sabe estar perdiendo algo muy, pero muy valioso, volveremos a los tiempos negros del fútbol sin rumbo y, sobre todo, no volveremos a ser grandes, porque, inexplicablemente, hemos dejado partir al más grande de todos, al mejor técnico del mundo. Con el despilfarro que históricamente ha destacado en nuestra nación. Ojalá me equivoque. Sobre todo, porque buenos jugadores hay.
El show debe continuar. Es cierto. Seguiremos yendo al estadio de nuestros equipos cuyos dueños están más interesados en sus acciones de la Bolsa que en hacer más grandes al club. Seguiremos viendo los partidos de la selección esperanzados con ganar una Copa América, tan esquiva siempre. Pero ya nada será lo mismo. El fútbol chileno ha dejado partir a uno de sus maestros. Y esa herida tardará mucho en ser sanada. Mucho más de lo que piensan los nuevos dueños del fútbol, los sátrapas del fútbol, los ávidos Don Dinero que han visto en este hermoso deporte una oportunidad más para el negocio frío y calculador, una oportunidad más para llenarse los bolsillos de vacío y más vacío, mientras de a poco van apagando el espíritu del ingenuo, desinteresado y noble seguidor amante del "deporte más lindo del mundo", como dice el relator chileno de ESPN.
Con más frecuencia de lo que algunos creen, el fútbol y la política también se cruzan. Sabidas son las afinidades políticas de Mayne Nicholls y Bielsa, los salientes. Y las de quienes desde las sombras, levantaron la candidatura de Segovia, el entrante. Ahora todo queda en paz. Los que detentan el poder son los dueños del país y ahora son los dueños de la pelotita, el último bastión popular. Pueden quedar en paz. Tienen poder para rato. Tienen grandes negocios para rato. Les faltaba adueñarse de la fiesta popular. Y lo han logrado. Dios nos pille confesados.
Mientras tanto, como antaño, los que piensan distinto son perseguidos, como el señor y su hija menor de edad retenidos por 45 minutos antes de entrar al estadio por portar carteles de protesta. Y como antaño, los carerrajas, con el beneplácito de los medios de prensa condescendientes de nuestro entristecido país, señalan que la partida de Bielsa "es una pena" y desmienten toda sugestiva "presión" para la salida del mejor dirigente y el mejor técnico que haya tenido nuestro fútbol.
El fútbol está triste en medio de un país en donde se ha instalado el carerrajismo de quienes mezclan sus intereses privados con los públicos. El fútbol está triste. El país está triste. Mientras asistimos a la última lección con gran juego para ganarle a Uruguay en el centenario de la Roja.
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