miércoles, 25 de noviembre de 2009

Fútbol cota mil

He ido pocas veces a San Carlos de Apoquindo. Es un estadio que queda lejos, en los faldeos precordilleranos de la ciudad de Santiago. Allí suele hacer frío en la noche y a veces cae nieve en invierno, como se aprecia en la foto. Ahora que uno es grande y anda movilizado resulta más fácil ir. Pero antes, la escasa locomoción y el largo trayecto siempre fueron una dificultad. La primera vez fue -reviso mis archivos- el 12 de marzo de 1989, una mañana de domingo a la hora de misa. El Sapo y el River fueron testigos de ese partido entre la UC y Audax por la Copa Coca Cola-Digeder. Con dos goles de Olmos y uno de Estay, los cruzados ganaron 3-0. La verdad es que poco recuerdo de ese día. Solo sé que por entonces la institución dueña de casa acostumbraba jugar en ese horario, atrayendo siempre mucha gente a su pequeño, pero hermoso estadio.

Recuerdo con mayor nitidez, sin embargo, la segunda vez que llegué a este estadio cota mil, porque es algo histórico e insuperado hasta ahora y porque muy pocos pueden contar la gracia. Se trata del único clásico universitario que se ha disputado alguna vez en el recinto. Fue el 24 de febrero de 1991 por la Copa Ladeco-El Mercurio o, mejor dicho, un partido amistoso. Disputado a la agradable hora del crepúsculo, con el Boban hicimos el largo viaje en micro desde Plaza Egaña para ser los únicos testigos de un partido que no se ha vuelto a repetir, porque la UC no disputa sus partidos de local frente a los otros dos grandes. Para el anecdotario, las formaciones de los equipos: La UC alineó a Toledo; Romero, Del Solar, Contreras y Ovalle; Lepe, Parraguez, Estay, Reinoso; Percudani y Barrera. La U, en tanto, jugó con Mella (Fournier); Eladio Rojas, Reyes, Pedro Soto y Reynero; Bello, Cisternas, Juan Soto (Galindo) y Puyol (Goldberg); José Manuel Pérez (Hugo Vilches) y Cristián Torres. Ganaron los locales 2-0 con goles de Percudani y Lepe y la barra de la U tiró piedras y lanzó unos tablones a la cancha. Los azules nunca han disputado un partido oficial aquí desde que fuera inaugurado en septiembre de 1988.

Ayer volví otra vez. Con Gastón queríamos ver fútbol. Disfrutar una noche primaveral de fútbol, relajados y dispuestos ante la promesa de un buen partido: play-off, cuartos de final, la UC del Fantasma Figueroa versus el Everton de Nelson Bonifacio Acosta. La UC había ganado 2-0 en Viña y con Gastón pensamos ilusamente que los ruleteros se vendrían a jugar su opción. Lo hizo, pero tarde, sin mucho fútbol. La UC dominó ampliamente y pese a que el marcador no se quebró, debió haber ganado. La UC del Fantasma, sin ser una maravilla de equipo, practica el mejor fútbol del campeonato, el más consistente y vistoso, pero ayer solo se limitó a administrar el balón, crearse un par de oportunidades, sin alcanzar a deleitar a la parcialidad local que llenó la aposentadurías.

Son tan pocas las veces que uno va hasta San Carlos que, en verdad, son muchas las cosas que llaman la atención. Primero, un tipo de público -en las galerías- que no se ve en otros estadios de la ciudad sino escasamente: o sea, un público pirulo, siguiendo a un excelente e ilustrador término chileno para referirse a determinada gente de clases más acomodadas, bien alimentadas y mejor aspectuadas que el común de los mortales. Pero resulta curioso cómo esta predominancia se mezcla armónicamente con gente de otra ascendencia, pero igualmente fanática de los caballeros cruzados, formando una variopinta mezcla que hace pensar, cada vez más, que el público cruzado, hace tiempo, dejó de ser privativo de una clase social. Eso sí, una cosa es cierta: cada estadio tiene su público cautivo. No se explica, de otra forma, que cuando la UC visita el Monumental o el Nacional, el número de su hinchada se reduce notablemente, quizás también por razones asociadas a la "seguridad". Este público, finalmente, forma parte de ese gran número de hinchas que a partir de los años 90, aproximadamente, dejó de asistir de modo paulatino a los estadios. San Carlos se convierte, entonces, en un refugio, un espacio de encuentro sano, lleno de mujeres jóvenes y niños y que remite a un público de antaño: respetuoso, ni tan fanático, que disfruta sentado un lindo espectáculo sobre una bella alfombra, allá arriba de la ciudad, lejos de los centros, de los focos de delincuencia y pobreza, lejos de toda violencia cotidiana. Con buena vista, aire puro, rodeado de montaña y el fútbol elegante que siempre caracterizó a este club de exigentes hinchas.

En San Carlos la gente fuma mucho, alienta a sus jugadores y de vez en cuando se suma a los cánticos de su barra organizada. También son múltiples los vendedores de maní, bebidas y churros, muchos más de los que habitualmente se ve en los estadios ciudad abajo. Algunos difrutan los sandwiches del Lomitón y otros, en la tribuna preferencial, se sirven un whisky, según las crónicas de algunos periodistas deportivos de hace unos años. No sé si esto último se dé actualmente, pero de que alguna vez fue así, fue así. Es lindo ver fútbol en San Carlos: si no fuera porque las aposentadurías aún son de tablón y porque los estacionamientos son de tierra, parecería una postal sacada de un estadio de algún país miembro de la OCDE. Sin embargo, en su coquetería, remite a la simpleza austera de sus dueños, la misma que ha impedido que este club sea mucho más grande de lo que puede ser en el concierto chileno y latinoamericano.

Dice Luis Ortega en "De pasión de multitudes a rito privado" (Historia de la vida privada en Chile, Tomo 3) que el fútbol chileno está en crisis desde hace unos treinta años y que esta se ha ido agudizando profundamente. Escrito en la época inmediatamente posterior al fracaso de las eliminatorias de 2006 -es decir, sin saber nada aún del esperanzador cambio que han liderado, cada uno desde su posición, Michelle Bachelet con la construcción de estadios y su apoyo al deporte, Harold Mayne Nicholls con una dirección seria y Marcelo Bielsa con su ultra profesionalismo-, Ortega señala que una de las crisis de nuestro fútbol tiene relación con que hoy la gente ya no va al estadio a vivir una fiesta multitudinaria como sí lo fue en una época no tan lejana, que el estadio ya no es un lugar de encuentro público, ameno, civilizador y de sana diversión, sino que es un deporte que se ha privatizado. Dice: "Se ha transformado en una actividad esencialmente personal; en ocasiones en una nueva instancia de sociabilidad familiar con sus características, formas y maneras. Un verdadero rito casero que en muchas ocasiones implica preparación de comidas especiales, pero que la mayor parte de las veces se vive, se disfruta o se padece individualmente frente al televisor, en la intimidad del hogar, ajeno a las miradas de los otros, sin la efervesencia que provoca la multitud reunida, lejos del ambiente de un estadio, sujeto a lo que la pantalla y el sonido puedan proporcionar a un hincha cada vez más despojado de pasión y cada vez más domesticado por el rito de ver un partido."

Porque existe una resistencia, justamente, a esta privatización del fútbol es que nace la imperiosa posibilidad de asistir un martes a la noche tras la jornada laboral, a ver un partido de fútbol bien acompañado por el simple hecho de poder disfrutarlo. No importa que el estadio quede lejos, no importa que no seamos hinchas ni de Católica ni de Everton. Simplemente vamos al estadio en parte por la multitud, en parte por el juego mismo, pero por sobre todo porque existe la convicción de que el fútbol sigue siendo el deporte más lindo de todos, el más efusivo, el más socializante, el más ético e instructor, el que posibilita el encuentro e intercambio social, anula las diferencias y produce un sueño de convivencia social totalmente opuesto al cada más vez enajenante y solitario mundo de lo privado.

5 comentarios:

  1. Estimado, ayer precisamente conversábamos en el Liguria con el nunca bien ponderado Gastón y el loíno de "toda la vida" Lapa acerca de dicho estadio. Me acordé de una vez que fuimos, me parece que con el Sapo, a un partido UC -Coquimbo Unido, era de noche y la UC ganó por un buen marcador ( Gastón ayer hablaba de goleada pero Gastón tiene un fino talento para la exageración) , lo increíble de la experiencia vino después del partido caminando cuadras abajo cuando pasó el bus de los jugadores de Coquimbo...una turba cruzada apedreó el bus frente a nuestras narices, el bus paró unos metros más allá y se bajó el equipo entero a pegarle a los agresores ( que escaparon, por cierto...) ...quien lideraba la batalla campal fue ( y corrígeme si me equivoco) un flaco rucio alto y crespo , creo que Tanucci....ese incidente y la patada de Cantoná a un hincha en Inglaterra cambiaron mi manera de ver a los jugadores ……eso no más...

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  2. Jajaja, excelente anécdota. Efectivamente, un rucio alto y crespo jugó en Coquimbo y se llamaba Tanucci. Nunca escuché algo parecido. Gracias por el comentario.

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  3. Hola Paris
    Soy precisamente es flaco rucio alto y crespo Tanucci, que pena que haya dejado esa imagen en vos, pero que hubieses hecho si luego de la lluvia de piedras que sufrimos te encontras con uno de los componentes del plantel desmayado a tu lado producto de una de las piedras?? Me sorprende que indirectamente justifiques el accionar de los delincuentes barras de la UC en ese momento, aun sigue en mi memoria el triste episodio

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  4. Tanucci ? ( espero que no sea una tomadura de pelo). Creo que no me supe explicar bien o se malinterpretó lo que dije: Yo en tu lugar hubiese hecho lo mismo, sin duda; me referí precisamente a la "turba" cruzada porque creo que lo que hicieron es de criminales. No creo intuir en lo que dije ninguna justificación al actuar de esa turba; cuando dije que eso marcó mi manera de ver a los jugadores es porque en ese entonces (debo haber tenido 12 años) nunca me imagine que un jugador iba a pelearse con un delincuente en la calle. Era como ver a un personaje de la television discutiendo con alguien en la calle. Simplemente era rarisimo para un niño. Aunque como dije, yo hubiese hecho lo mismo ( ahora).
    Saludos afectuoso Tanucci o quien quiera que seas.
    Paris

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  5. Hola Paris
    Soy En verdad Tanucci; recien hoy lei tu respuesta y vale tu aclaracion, pero sigo pensando que nadie tiene derecho a agredir a otro ser humano de la brutal forma en que lo hicieron esos delincuentes y tal vez nuestra respuesta fue inconsciente contra un ataque pensado y organizado como lo fue de parte de esos criminales.
    Te mando un abrazo

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