lunes, 7 de septiembre de 2009

Ordenando la biblioteca

Hay un texto de Walter Benjamin que siempre quise leer, porque el título me parecía extremadamente atrayente, que se llama Desempolvando mi biblioteca o algo así. Creo alguna vez, muy difusamente, haberlo tenido en mis manos, pero no recuerdo haberlo leído. Por estos días lo he buscado, pero no lo he encontrado, a raíz del "huésped errante e inseguro" que anuncia llegada al hogar, lo que ha significado estar en labores de ese tipo, reordenando y, sobre todo, botando papel, archivos sin sentido que solo se explican por cierta neurosis, desocupando un closet completo de papeles, papeles y más papeles.

Busco en Internet la referencia al texto y descubro que en verdad se llama Desembalando mi biblioteca: discurso sobre la bibliomanía. Y me encuentro con una cita de Hannah Arendt sobre el texto, que me hace cierto sentido: "La verdadera, y en gran parte incomprendida, pasión del coleccionista siempre es anárquica, destructiva". Guau, nunca lo hubiera pensado así, sino todo lo contrario. ¿Qué más dice Arendt? "Pues su dialéctica es la siguiente: combinar con la lealtad a un objeto, con elementos específicos, con cosas amparadas a su cuidado, una obstinada protesta subversiva contra lo típico, contra lo clasificable". Diantres, qué diablos; todo un descubrimiento: ¿una obstinada protesta subversiva? Bueno...sí, tal vez...nunca lo pensé así... Pero Arendt termina de argumentar: "El coleccionista destruye el contexto en el que su objeto fue anteriormente parte de una entidad mayor y, como únicamente aceptará aquello que sea auténticamente genuino, debe depurar el objeto elegido de todo aquello que tenga de típico". Depurar el objeto elegido de todo aquello que tenga de típico: está bien, puede ser, nunca lo había visto de esa manera. Simplemente he sido, toda mi vida, un gran coleccionista de cosas, incluso, demasiado absurdas sin saber, es verdad, que detrás de algo así hay un silencioso trabajo de depuración.

Lo cierto es que tuve que deshacerme, no con poco dolor, de archivos de prensa de hace diez o veinte años, que en total equivalían a un archivador antiguo, de esos gordos y pesados. Los temas: cine, arte, historia, filosofía y literatura, preferentemente, de los suplementos culturales de La época y de El Mercurio. Como la mayoría de esas cosas están digitalizadas o microfilmadas, decidí botar casi todo. En la era actual, donde Pan es Internet, ese gran sueño de Borges: la Biblioteca de Babel, ya no es necesario recortar nada de los diarios ni menos guardar y clasificar esos recortes. Solo conservé algunas cosas, algunas notas, algunos artículos que me parecieron debieran ir insertados en un libro: una crítica de La enfermedad del dolor, de Alejandra González, una entrevista a Álvaro Ruiz, el desaparecido poeta de Casa de Barro, una entrevista a la fallecida Musa Stella Díaz Varín y así, pequeños recortes de prensa con valor afectivo más que científico y porque algo debía quedar de tantos años de recortar y recortar, de ese afán enciclopédico tan propio de una cultura libresca anterior a la era digital.

Los libros y papeles proliferan como ratones. Y siguen llegando más, compulsivamente, incluso libros que no leeré en años. De modo inverso, aún no sé qué hacer con la colección de suplementos deportivos de 1987 a la fecha y que ocupan un rincón arañesco de la bodega. Lo único cierto es que boté cuentas de hace cinco o más años. Boletas de luz, gas, televisión por cable de cuando vivía en otro lugar de la ciudad. Cuentas bancarias de hace diez años, con el detalle preciso de cada transacción comercial. Es saludable hacer algo así y no quedarse con el dato de que el 13 de septiembre de 1999, un día como hoy, gasté $10.545 en Supermercados Almac.

No sé si todo esto sea producto de una pasión anárquica y una protesta contra lo típico. Tal vez tenga relación con una desenfrenada y obstinada tensión de aferrarse a materialidades de la realidad. Como si guardar la revista donde dice, por ejemplo, que el 13 de octubre de 1985, 35.576.- personas presenciaron la despedida de Carlos Caszely por la selección nacional frente a Brasil fuera algo más relevante que el hecho mismo de tener memoria de ese partido presenciado por televisión, una tarde cualquiera a la hora de once junto a una inesperada visita del tío Mario, quien, a todo esto, desconocía por qué había una torta sobre la mesa. Chile 2 - Brasil 1 y la revista que aún conserva las imágenes de ese partido de modo distinto a como lo recuerda mi memoria.

Aún así, pienso que a veces es bueno liberarse de recuerdos. A veces los papeles no dicen nada. Las fotografías son solo una imagen gastada que poco a poco se esfuma cada vez más. Y el afán de atesorar cualquier pedazo de vida, no más que un desesperado intento de aferrarse a una materialidad absurda, a aquello que permanece porque está escrito. Tal vez debiéramos volver a los relatos orales evanescentes, a cierta comunidad de habla que pervive en la confraternidad de los relatos, a cierta marginalidad (como la de los memoriosos proscritos de Farenhait 453) que todo escrito, precario en sí mismo, jamás podrá asimilar por completo sino más que como una mínima mirada que compendia varios segundos, varias horas de vida en tareas que de pronto nos resultan pequeñas, sí, pero poderasemente intensas. Escribir es ese anhelo equivalente al del niño que atesora un álbum, una actividad precaria ante la muerte de la intensidad de los momentos que la memoria no osa recobrar sino de modo difuso, lento y pegajoso.

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