viernes, 5 de junio de 2009

Matador

Ahí está Marcelo Salas con una rodilla sobre el pasto, un índice elevado al cielo y la cabeza gacha, llena de satisfacción junto a una mano empuñada. El gesto del Matador. En las tribunas, el grito alborozado y un cántico que baja automáticamente en homenaje y en agradecimiento, un cántico de alegría y de idolatría. Desde hace quince años, desde la galería sur del Estadio Nacional y, en ocasiones, desde otros rincones también.

Por estos días se nos ha ido el Matador. De manera definitiva. Con el estadio repleto. No solo con hinchas de la U. Los otros también reconocieron su talento y agradecen todas las alegrías dadas. Cada hincha lo recordará de alguna manera distinta: por sus goles y campeonatos en la U, por sus goles por la selección en la época de Francia '98, por dejar bien puesto al fútbol chileno en Argentina y en Italia.

Se nos ha ido por estos días uno de los más grandes. Junto a Zamorano, Elías, Caszely y los de antaño. Para mí, fue el más grande. Fue mi primer ídolo futbolero. Tenía la misma edad que yo; fue el futbolista que no quise ser. Cuando comencé a ir al estadio, los hinchas más viejos recordaban a Leonel y a los del Ballet. A fines de los ochenta y comienzos de los noventa el ídolo era Puyol. Un poquito antes lo habían sido Quintano, Castec, Hoffens... Hasta que en abril de 1994 en una Copa Chile apareció Marcelo Salas. Llevaba pocos partidos en primera, me atrevería a decir no más de cinco, cuando en un clásico con Colo Colo se despachó tres. 4-1, baile azul. Un mes más tarde, ya por el Campeonato Nacional, otras dos pepas a los albos, 3-1 y festejo total. En la Galería Sur del Nacional ya nadie podía creer lo que estábamos presenciando. La música de Los Fabulosos Cadillacs que por entonces no dejaba de sonar en las radios terminó por cerrar el círculo perfecto: al nuevo ídolo azul le empezaron a llamar Matador. Y así comenzó el idilio de un año inolvidable, el más recordado por varias generaciones de hinchas azules, porque ese año se volvió a salir campeón después de 25 años, con Marcelo Salas de goleador, con alrededor de veinticinco goles en treinta partidos, uno de ellos en especial, el más gritado de todos: el 1-0 a Católica a pocas fechas del final.

Ese equipo de los años 94, 95 y 96, con leves variaciones año a año, fue un equipo que regaló alegrías por doquier. Estaba lleno de figuras y todos eran queridos por igual. Después que salía el conjunto a la cancha, la hinchada solía cantarle a ciertos jugadores, más o menos en el siguiente orden: Superman Vargas, Matador Salas, Bombero Ibáñez, Huevo Valencia, Polaco Goldberg, Leonardo Rodríguez. Los hinchas necesitan tener ídolos, jugadores a quienes admirar, dar una palabra de aliento y aplaudir. Por eso, los minutos previos al comienzo del partido eran los ideales para ese ritual que se ha ido perdiendo con los años porque ahora los ídolos como los de entonces, escasean. Después de esos inolvidables años, algunos se quedaron por más tiempo que otros, otros partieron y luego volvieron y se fueron de nuevo. El que se volvió para siempre fue el Matador. Fue después de varios años, el 2006, un poco más viejo tras haber ganado todo lo que se pudiera ganar en los clubes extranjeros donde también fue idolatrado, especialmente en River y Lazio, pero volvió más ídolo que nunca, para demostrarle a todos que seguía siendo el mismo Matador de siempre, para quedarse definitivamente en el corazón del pueblo azul, en lo más alto junto a Leonel.
Por estos días, fue su adiós definitivo. Cuando por televisión no se cansaban de repetir una y otra vez sus mejores goles. Cuando en el adiós sesenta mil personas no paraban de corear su nombre. Cuando las crónicas periodísticas repasaban su trayectoria, no era imposible dejar escapar alguna pequeña lagrimita de emoción. Porque todas esos reportajes, todos los cantos, todos los aplausos son apenas una pequeña forma de agradecer por las inmensas alegrías que brindó a todo un pueblo. Son apenas una pequeña forma de dar a entender que el aprecio que se tiene significa mucho más que eso. Es imposible resumir quince años de gloria en algo tan pequeño. Esa emoción que desborda es el resultado de recordar otros años, otras épocas, otros momentos, acompañados de tantas personas, junto a tantas imágenes que se entrecruzan en quince años como hincha fanático del buen fútbol. Esa emoción que se genera es una de las cosas más lindas del fútbol. Por todo esto y más, gracias Matador.


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