Cuando la U sale a la cancha explotan ambos codos del Nacional. Con mi hermano Rodrigo, nos situamos a un costado de la galería norte, próximo al banderín del córner, exactamente en el mismo lugar que hace trece años, en 1996, cuando la U jugaba semifinales de Copa con River Plate. La expectación crece. Tal como en 1970, en las semifinales ante Peñarol, partido que no viví, porque aún no había nacido, pero que forma parte de la historia copera azul. Tal como ante Santos, por los octavos de final de 2005, en la última presentación. Tal como en toda la campaña del 96: U. Católica, Corinthians, Botafogo, Defensor, Barcelona y el ya mencionado River, tras ese fiasco de partido jugado en Buenos Aires y que aún duele.
Hagamos un paréntesis. Hagamos algo de memoria. Ese equipo de la U estaba para ganar la Copa. Era un equipazo. Pero en semifinales nos tocó el equipo argentino con Enzo Francescoli y compañía. Partido de ida en Santiago: 2-2. Goles de Valencia y Salas. Los argentinos empataron al final, con un gol de rebote. Problemas en la tribuna: peleas en Marquesina con la barra visitante. Partido de vuelta en Buenos Aires: 0-1. El árbitro ecuatoriano Rodas no cobra un claro penal a Valencia cuando iban a cero. El gol de River: disparo de Almeyda que rebota en la espalda de Musrri y descoloca a Vargas. La U ataca todo el segundo tiempo. Se escucha por la transmisión televisiva el silencio del Estadio Monumental y los cantos de Los de Abajo. Lo tiene el Leo Rodríguez, pero la saca Burgos. El resultado se mantiene inalterable y chao ilusión. Terminado el partido, la vendetta: los dirigentes de River contrataron a un grupo de matones, quienes en complicidad con la policía reventaron a golpes a los hinchas azules. Vergüenza, rabia, sentimiento de injusticia. Fue la última vez que, motivado por la impotencia de saber que estaba todo escrito, de que era imposible que la U clasificara a la final en ese estadio, lloré, lloré desconsoladamente porque me habían matado el sueño. Desde entonces, la Copa se ha vuelto un anhelo de justicia, de querer reestablecer aquello que ha sido arteramente arrebatado. Desde ese día, la Copa se ha vuelto una obsesión.
Pero volvamos al presente. Se comprenderá, de esta manera, por qué jugar Copa Libertadores emociona, inquieta y apasiona. Ante Boyacá Chicó no solo juegan Pinto, Olarra, Iturra, Hernández u Olivera. Están jugando al mismo tiempo Nef, Carvallo, Vargas, Quintano, Musrri, el Huevo Valencia, el Leo Rodríguez, Socías, Leonel, Campos, Pedro Araya, Goldberg, Salas y tantos otros. De pronto, el primer gol, centro por la derecha de Montillo y gol de Emilio. Un abrazo efusivo con mi hermano, los ojos medios vidriosos que recuerdan, también, aciagos momentos de la vida privada. De pronto, el estadio entero canta, y la alegría se extiende por todas partes. La U juega bien. Es superior al rival y merece ir ganando por más. Todo parece perfecto.
Segundo tiempo, minutos iniciales, gran jugada colectiva por la izquierda. Centro de Emilio y cabezazo del uruguayo Olivera. 2-0 y partido cerrado, queda todo un tiempo para disfrutar. La U toca y toca, de pronto deja jugar un poco más a su rival y apuesta al contragolpe. Bajo el marcador del Nacional aparecen los fuegos artificiales y la celebración anticipada. Al final del partido, error del portero y a cobrar: gol de Pipino Cuevas. 3-0 y ya está lavada la mala imagen dejada en el partido de ida en Colonbia. La U sigue en pie en la Copa. Disputa cada partido e ilusiona. No importa que después aparezcan Gremio, Boca, Sao Paulo o Nacional. La gente cree que se puede llegar lejos. La gente sueña con más noches de gloria, con más noches de emoción. Por eso, el festejo final y ese canto que surge como una súplica, al ritmo de Fito Páez: "Dale alegría, alegría a mi corazón, la Copa Libertadores es mi obsesión... Y ya verás, que todos juntos la vuelta vamos a dar..." Por eso, a la salida, las bocinas, el diálogo alegre y la "pilsen" helada para aliviar la garganta. Cuando todo sale perfecto, las noches de Copa Libertadores te regala estos momentos mágicos y la posibilidad de seguir soñando.
HOLA CLAUDIO
ResponderEliminarEXCELENTE TU BLOG Y TU REFLEXIÓN HISTÓRICA SOBRE LA U DE CHILE Y SU PESO CUANDO SE JUEGA EN EL PRESENTE. SÓLAMENTE NO ESTOY DE ACUERDO EN QUE SEA EL ARQUERO DE CHICO EL CULPABLE DEL TERCER GOL, FUE RRROR DEL DEFENSA POR DEVOLVER UN BALÓN TAN CORTO.
ATTE.
JORGE LADINO GAITAN
felicitaciones por tu blog literario, cinéfico y fútbolístico. De mucho peso tus reflexiones y tu discurrir histórico sobre el peso del pasado cuando en el presente juega la U de Chile. Sólamente creo que el tercer gol no fue culpa del arquero sino del defensa que devulve mal el balón.
ResponderEliminarEs verdad. La dejó muy cortita, jeje...
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