viernes, 8 de julio de 2011

Los poemas del Pachi




Quien dice que alguna vez en su vida no escribió versos, partes de un diario o un cuento está mintiendo. Todos, alguna vez, nos engañamos con unas letras y creímos sentirnos mejor después de haber terminado. Todos, incluso el Pachi. El Pachi también escribió versos.


Alto, flaco, con el pelo largo y cara de indio sioux. De ropajes raídos, pantalones de tela gris, grandes bototos, sempiterno chaleco delgado y chaqueta de Inspector Gadget. Y siempre acompañado de uno o más perros. El más clásico de todos: el Mancha, un quiltro propio de la fauna chilena sacado de una historieta de Condorito, enteramente blanco, con una mancha negra en un ojo.


Así lo conocimos todos al Pachi en el barrio, desde hace treinta años o más. De no ser unos de los fundadores del barrio, bien podríamos asignarle ese título, porque las abuelas, los papás y los tíos ya se han muerto y otros nos hemos desplazado a otras partes de la ciudad, aunque sabemos muy bien que, en realidad, nunca nos hemos ido de ninguna parte. Pero hace poco el Pachi también se nos fue. Así nos contaron los que quedan en el barrio, los que todavía no han sido desalojados ni por edificios, ni por oficinas ni por manos ajenas, los que todavía creen en las historias en común.


Podríamos recordar mil cosas de este personaje a quien todos saludaban siempre solitario, siempre con su perro, caminando hacia rumbos desconocidos, sin oficio conocido. Cosas buenas y cosas malas, comentarios de vereda o de sobremesa. A mí me interesa hablar tan solo de sus poemas que leí una noche.


Fue la única vez que entré a su casa, una noche en que volvía hacia la mía después de haber estado todo el día en la universidad en medio de las animadas conversaciones que de pronto se armaban en los patios. El Pachi estaba a la puerta de su casa y comenzamos a hablar, mientras su perro negro que también se llamaba Mancha, pero no tenía ninguna mancha en ninguna parte, revoloteaba en medio de la calle vacía. Hablamos de la familia, del barrio y sin saber muy bien cómo ni por qué derivamos en la literatura. "Yo también escribo", me dijo. "Tengo un archivo ahí con varias cosas". Yo miraba su invaluable pelo largo canoso y sus dientes amarillos, como gruesos granos de choclo, de tanto fumar y sentía al mismo tiempo que esos minutos son de aquellos que solo pasan una vez en la vida y abren puertas. "Me gustaría echarles un vistazo", le respondí, picado por la curiosidad. Entonces, me hizo entrar.


La casa era oscura y espaciosa, con una luminosidad bien amarilla que dejaba entrever muebles antiguos, pero simples, sofás rotos y llenos de polvo, una mesa alta con esas sillas de respaldos alargados e indescifrables decoraciones en las paredes: algunos objetos artesanales colgantes, un calendario del año regular con una foto de un caballo y una o dos fotos familiares en blanco y negro. Mientras el Pachi buscaba en su pieza sus textos intenté asimilar la atmósfera que respiraba y me pareció de pronto estar en medio de una casa de playa, de esas de madera sobre palafitos, hechas encima de la arena. Además, hacía calor. La noche parecía envolver en su aire cálido las sábanas húmedas del verano que ya se acercaba.


Sin explicación alguna, todo me pareció triste. Estaba allí parado en medio de la casa de un hombre solitario que vivía con lo mínimo y que volvía entusiasmado a mostrarme un archivador -de esos de tapas duras y lomo grueso- con sus poemas y era como estar respirando el aire seco de la soledad más grande. Leí sus poemas con atención, mientras el Pachi, parado al lado mío como un niño, con las manos atrás, parecía suspendido en el tiempo con la vista fija en una pared, con ojos profundos, impenetrables, más allá de toda lejanía.


Sus poemas eran cortos, pequeños bonsai. Hablaban de la madre, preferentemente, como la voz de un niño que le ruega le disculpe por haber hecho tal o cual travesura. Le pedía perdón y le recordaba que él sabía cumplir sus promesas. Que siempre la recordaba. Que siempre estaba con ella. Que la veneraba igual que antes, todos los días. Pero que igualmente la echaba de menos. Entonces, sentí que sus poemas me habían parecido los mejores que había leído en mucho tiempo. Los más sinceros. Los más puros, cristalinos como el agua. Todos los grandes autores de la literatura universal no valían un peso frente a estos poemas. Y sin más, sentí que tenía un corazón abierto frente a mí, un corazón palpitante que me estaba agradeciendo por haberlo escuchado.



Pero no pude leer más. No aguantaba más ese aire denso que de pronto me empezó a oprimir. Era como si una larga sombra me hubiese arrinconado, como a un ratón, para aplastarme y me asusté. Estaba en medio de la soledad más profunda y no quería ver más su rostro. Había decidido irme. Me despedí amablamente del Pachi, le habré dicho que me gustaron mucho sus poemas, pero que ya era hora de irme. Entonces salí rápidamente, casi corriendo avancé los cien metros que separaban mi casa de la suya y cuando me desplomé sobre un sillón simplemente lloré, lloré mucho, desconsoladamente, igual que el niño que pierde a sus padres en medio de un supermecado y se ve, por quince, veinte segundos, solo, desvalido, en medio de un mar de gente.


5 comentarios:

  1. Pachi fue una de esas personas que nos tocó la fortuna de conocer y que se le notaba un aura especial, de aquellos que tienen alma y que van a trascender iluminado e iluminando hasta quién sabe qué parajes.
    Cuando me despedí, estando él en su lecho de enfermo, lo hice con un 'hasta pronto', ya nos volveríamos a encontrar, rodeado de perros seguramente, todos amistosos, todos felices .... gracias Claudio por compartir tu encuentro con él, la poesía la llevaba en su caminar, notable que la haya plasmado en papel también

    j.

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  2. Muy bonitas las reflexiones, y muestran que en Pachi como en todos los seres humanos, por inperceptibles que puedan parecer hay una grandeza que viene de Dios.
    Familia Erazo Andrade

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  3. Por mas que no quiera las lágrimas caen al leer el escrito de Claudio y estar viendo con el alma a Pachi, con sus perros y con su gran soledad, estoy segura que el ahora está bien, también su partida ha removido otras soledades.

    Soy de las que tuvo que desplazarse mas allá del barrio...más allá del país y que me hubiera gustado despedirme del Pachi ...
    tere

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  4. Muchas gracias por darse el trabajo de comentar.

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  5. Fue hermoso, me parece bueno su texto, se nota que conoció a Pachi

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