miércoles, 9 de diciembre de 2009

En una final de fútbol

A veces es bueno tener tanto inútil conocimiento futbolero. Escuchando el programa deportivo de la tarde de Radio Cooperativa, me enteré que estaban regalando entradas para la final entre Católica y Colo Colo por el Clausura 2009. A diferencia de otras ocasiones, no daban la pregunta al aire (así gané una vez entradas para un amistoso Chile-Perú, cuando preguntaron quién era el goleador chileno ante los del Rímac: Carlos Caszely, 4 goles), sino que esta vez había que contestar lo que directamente te preguntaban por el otro lado de la línea telefónica. Tambaleé un poco, pero acerté: ¿Qué jugadores de los actuales planteles finalistas había salido campeón en otra ocasión y con otra camiseta? Nombre tres. Y, poco a poco, nombré tres, en este orden: Ormeño con Wanderers, Meléndez con Cobreloa, Henríquez con Colo Colo. Mis espureos conocimientos futboleros permitieron que fuera a Santa Laura a presenciar un gran partido. Quedaba una sola cosa por resolver. Se trataba de una sola entrada. ¿Ir solo o verlo por TV con amigos? Felizmente, siempre hay un feligrés que va a la cancha. Rodrigo Mora, su padre y un amigo, habían comprado el lunes por la mañana -muy temprano- para el mismo sector al cual me habían asignado: Andes. Un angelito me dio el dato y así nos pusimos de acuerdo para ir. Definitivamente, había que dejar botado esta vez a los amigos e ir al estadio. El partido prometía. Y así fue.

Llegué temprano para ubicar asientos para todos. En el camino serpenteo la larga caminata de la hinchada cruzada por la Costanera Andrés Bello hasta Independencia. Dejo el auto cerca de un motel muy próximo a la comisaría del sector (extraña combinación de espacio), me como un pan de jamón y queso en un almacén cercano y hablo amenamente con su dueño y con el acomodador. Este me cuenta que era amigo del Kramer, ex líder de Los de Abajo, hoy en cana y me muestra su casa, ahí en la esquina. Y me pide una luca para cuidar el auto y me asegura que a la vuelta ahí va estar. Después de haber saboreado mi sandwich, me dirijo al estadio e ingreso expeditamente. El problema viene después. El problema era que las comunicaciones estaban cortadas. Mora llegaba sobre la hora desde la pega y supuestamente nos juntaríamos con su amigo incógnito, que también iba solo. No hubo caso. Una hora antes del inicio, ya estaba instalado, pero fue imposible ponerse de acuerdo con el resto. Resultado: el primer tiempo lo vi en la más absoluta de las soledades, rodeado de cabezas rubias. Milagrosamente, eso sí, nos comunicamos con Rodrigo y reparamos el entuerto viendo el segundo tiempo juntos, desde la última fila de Andes, desde donde se ve todo el poniente del Valle de Santiago, el cerro Renca, las montañas del norte y parte de los edificios céntricos de la ciudad. Todo esto, ante un implacable sol de veintitantos grados.

Por primera vez, desde que tengo memoria, la parcialidad alba es minoría ante los cruzados (excepto una vez, en verdad, pero con juveniles: la única vez que Colo Colo visitó San Carlos hace como diez años): tres cuartos de Santa Laura se tiñe celeste y blanco. Pero la parcialidad alba igual se hace sentir y canta fuerte.

El partido no puede tener mejor comienzo: 20 segundos y gol de Católica: rebotes en el área y la pesca Valenzuela. Pero un gol tan temprano no dice nada. Colo Colo ni se inmuta y hace su juego. Muchos cruzados, extrañamente, no juegan ni la mitad de lo que venían haciendo hasta entonces. Así, no extraña que bordeando los quince minutos empataran los albos con un cabezazo de Aránguiz y que poco después lo diera vuelta con un golazo de Paredes, tras vistosa jugada personal por el medio de la zaga cruzada -caño incluido-. Sí, por el medio de la zaga cruzada. El primer tiempo termina con un travesaño de Damián Díaz, el único que hizo algo decente en la UC. Los albos, en cambio, demuestran oficio y mejor juego, como en el partido de ida.

En el segundo tiempo los cruzados salieron obligados a jugarse su opción. Y lo hicieron. Pero sin mucho fútbol. Más bien a los ollazos. El empate dos a dos es producto del enésimo centro sobre el área que milagrosamente capta Gutiérrez para -desde mi posición en perfecta línea sobre la jugada- anotar de cabeza levemente adelantado. Pero Colo Colo no cambia en nada en su libreto y nuevamente va a la carga. Y rápidamente se hace del tercero con un cabezazo de Paredes -para mi, la figura- con un centro desde un tiro de esquina. Sí, desde un tiro de esquina. 2x3 y parece todo sentenciado. La UC debe hacer dos goles y no se ve por dónde. El equipo que mejor jugaba en el segundo semestre era doblegado por otro equipo que terminó jugando la segunda mitad del año de menos a más, pero con más oficio. Esa fue, al final, la diferencia. La que permitió a Bogado, a pocos minutos del final, cerrar la llave con un tiro violento cuando aún quedaban ilusos hinchas cruzados pensando en la hazaña.

Colo Colo resultó ser un justo campeón porque fue superior en los dos partidos. Y porque demostró tener jerarquía. La misma que le faltó a Católica. Mientras los jugadores albos demostraron toda su capacidad, jugando a un nivel apto para una final, como Miralles, Millar, Torres, Paredes, los cruzados se vieron apagados, sin brillo y sin ese fútbol asociado y dinámico que habían mostrado antes. Como tantas veces, los albos mostraron esa cosa diferente para quedarse con el título, mientras los cruzados fueron fríos, algo nerviosos y sin ideas.

Más allá de que no sea hincha de uno u otro equipo, igualmente fue bueno haber ido a Santa Laura. Porque fue un buen partido. Uno digno de una final. Eso sí, una pregunta para los dirigentes cruzados: ¿Cuántos títulos no habrán perdido cediendo su condición de local? Lo puedo firmar: sin duda, más de uno. Es extraña esta manera de ser estos dirigentes. Si este partido se hubiera jugado en San Carlos -como tantos otros contra la U y Colo Colo- tal vez la historia hubiera sido distinta. Es extraño que estos partidos sí puedan disputarse en Independencia, pero no en Las Condes. Una situación como esta, todavía nos habla de un país segregado, mientras las hinchadas locales siguen demostrando, poco a poco, que algunos hechos de violencia parecen ser más del pasado. A la salida, todo tranquilo. El acomodador de auto no está. Pero saludo amablemente al dueño del almacén, quien afuera de su negocio ve a la gente pasar. Culpable, regreso a casa y llamo a mis amigos olvidados en un bar. Y pienso, finalmente, que a veces es bueno saber de fútbol, porque permite disfrutar tardes como esta.

4 comentarios:

  1. Creo que tienes toda la razon cuando planteas la pregunta (que todo el mundo se hace), ¿Por qué no se jugó en San Carlos?. No se supone que un equipo que quiere ser campeón, que pinta para campeón, lo ideal o lo lógico es que quiera celebrar y dar la vuelta olimpica en su estadio, en su casa, con su gente??. O será tal vez que al estar acostumbrados a hacer excelentes campañas y perder en instancias desicivas, 1994 perdió el titulo con la chile, 1995 otra vez la U, 1994 eliminados de la liberadores por River Plate, etc, etc; ya sabían que sus jugadores arrugarían y perderían la final que ya muchos inchas cruzados decían tener el bolsillo??.
    Saludos
    José

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  2. Linda crónica, bueno fue haber compartido contigo ayer. Bien vale una tarde de futbol por una tarde de bar.
    Lo de Católica lástima, ojalá la puesta en bolsa democratice esta institución que tiene lo peor de lo nuestro.

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  3. Insisto en lo de los dirigentes. La UC tiene todo para ser uno de los clubes más grandes de América, pero sus dirigentes son poco ambiciosos y muchas veces pareciera que solo les interesa "competir", nada más. Ejercer el derecho de localía es uno de los principios básicos para poder "competir" -con más posibilidades de ganar- en igualdad de condiciones. Gracias por los comentarios.

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  4. pero ¿como que caño incluido?
    ¿es que somo españoles?
    ¿o argentinos?
    se dice hoyito, toda la vida ha sido así.
    y adelantándome a futuros posts, se dice culear, y no follar.
    vaya literatos colonizados.

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