lunes, 10 de agosto de 2009

El gran dios salvaje

Hace poco encontré en librerías un libro de un compañero de universidad: César Farah, a quien, años después, una vez me encontré en Plaza Baquedano y otra vez en un restaurant de comida chilena. Con sorpresa descubrí que esta era su segunda novela. La compré, en primer lugar, porque fue mi compañero, un buen amigo el primer año de universidad (aunque después la vida nos fue alejando con sus barreras infranqueables) y, en segundo lugar, porque uno tiene a veces la vana y absurda ilusión de encontrarse retratado, aunque sea del modo más lejano, en algún rinconcito de una página escrita. También, en tercer lugar, porque siempre es bueno saber qué están escribiendo los escritores nacionales.

La novela se llama El gran dios salvaje y tiene 483 páginas, lo que, sin duda, debió servir de advertencia. Pero caí en el error: llegué a la página 145 y ya me di por satisfecho. ¿Por qué algunos escritores nacionales insisten en creer que todo o casi todo puede llegar a ser publicable? Y lo que es peor, quiénes son los editores y cuáles son sus criterios para dar paso a una novela de quinientos páginas. ¿Es que hay tanto que decir hoy en día? Veo con sorpresa que no se trata de una autoedición ni mucho menos, sino que tiene el auspicio de un importante grupo multinacional que ve en los libros un gran negocio. Lo siento por mi compañero, pero me molesta que hoy por hoy, cuando hay tanto que leer y, paradójicamente, tan poco que decir, se juegue con la paciencia de los buenos lectores. Antiguamente, la neurosis crítica que me dominaba hacía que tuviera que terminar de leer todo lo que empezara. Felizmente, no trabajo como critico literario ni me interesa hacerlo. Aunque si me pagaran, lo pensaría. Pero cuando ha pasado mucha agua bajo el puente de mi vida como lector hay una cosa que atesoro como una de las pocas certezas que conducen mi vida: que, a veces, hay que parar y callar. Con esto, simplemente digo que la novela no me llegó, ni me tocó. Ni siquiera emito un juicio. Simplemente hubo un punto en que debía parar. Y lo hice. Cansado de tanta pretensión y tanta descripción de asuntos que hoy no me interesan, aunque de seguro para otros resultará muy entretenida e interesante.

Si dedico algunas palabras a este texto es para reivindicar la dirección opuesta: me gustan las novelas cortas, aquellas que, como lo hacía González Vera, son "corregidas y disminuidas", aquellas novelas-bónsai como las de Alejandro Zambra, de Thomas Bernhard y tantos otros que habitan el panteón de las pequeñas delicias: esas donde las palabras son cuidados cortes de arbolito, donde se respeta el silencio, la página en blanco, la pausa y el candor, el cuidadoso trabajo de la palabra cercana a la poesía y la inteligencia y paciencia del lector, esas novelitas que son capaces de contener en no más de ciento veinte, ciento cincuenta páginas un mundo poderoso a punta de recortes, muchos recortes, para dejar al arbolito concentrado, intenso, profundo. En otras palabras, donde el trabajo es reflejo de paciencia, sabiduría y laboriosidad, como de cierta humildad, cuidado y espera.

4 comentarios:

  1. Lamento que no te gustara la novela; en cambio, celebro que publicaras esta crítica, tu opinión me interesa bastante y la valoro. Ojalá volvamos a encontrarnos otra vez, siempre es bueno verte.
    César.

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  2. César, gracias por atreverte a comentar y dar la cara. A veces, siento un poco de pudor y vergüenza por mis comentarios, pero en este caso es lo que sentí. Tu novela, de seguro, debe tener otros méritos no destacados aquí. Sigue adelante y, como diría Alfonso Calderón, "ni un solo día sin una línea". Saludos.

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  3. Hay lectores y lectores. Los libros que màs he disfrutado en la vida son los de largo aliento,
    "el Don Apacible" 1800 paginas hoja biblia Michael Sholojov, Los Cosacos, Los hermanos Karamasow, o 1666 de Roberto Bolaño, Don Quijote de la Mancha etc..Decir que solo los Bonsai son grandes obras es ser muy ciego

    Luis Opazo

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  4. Luis, por supuesto que hay grandísimas obras "largas" que he disfrutado y seguiré disfrutando, como algunas de las que nombraste. El Quijote, por ejemplo, lo he leído al menos tres veces. En este caso, sin embargo, no funcionó. Creo que la última larga que me leí fue Los detectives salvajes y, pese a todo lo que se dice hoy de Bolaño, la encontré un poco monótona en grandes pasajes. Gracias por comentar.

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