
Lo comentábamos la otra vez con Ricardo Mena: el sueño sel pibe de jugar bajo la lluvia, a propósito de una agradable pichanga de mediados de semana con amenaza de aguacero en las canchas de Quilín. César Vallejo había pronosticado que moriría un día "en París con aguacero". Para los futbolistas, en cambio, la lluvia es todo lo contrario: un signo absoluto de placer, de estar más vivo que nunca, un placer infantil de poder mojarse sin que nadie te rete por regresar mojado a casa.
Pero no es lo mismo jugar bajo la lluvia que ver un partido bajo la lluvia. El futbolista profesional o el aficionado tiene la rica opción de una ducha caliente posterior a la brega. El espectador, en cambio, preciso bien: el espectador de galería, en los países del tercer mundo, simplemente se moja y vuelve con resfrío seguro a su casa. Pero en Chile algunas cosas están cambiando. El fútbol también se está modernizando y ahora algunos estadios son techados. Ya llegaré a eso.
Recuerdo en mi vida de más de quinientos partidos como hincha memorables jornadas bajo la lluvia, pero solo tres bajo techo. De los primeros, de esos en los cuales ni siquiera el paraguas sirve y el agua corre fría por el cuello, un Chile 0 - Argentina 0 de la Copa América del 91 con un grupo de amigos colegiales. Algunos no fueron a clases al día siguiente. Pero también está en la retina un Everton 1 - U. de Chile 2 en Sausalito el año 94, que nos pilló a mi hermano Rodrigo y a mi en la más indefensa protección: sin parkas, con mucho frío (las manos congeladas, la nariz ausente) y con tres horas de vuelta a casa entre el bus y el Metro empapados de pies a cabeza y con la gente mirándonos como diciendo "y a estos locos qué les pasa". El esfuerzo, a la postre, valdría la pena: a final de temporada, después de 25 años, la U volvería a ser campeón. El fútbol siempre tiene sus pequeñas recompensas.
Los tres partidos bajo techo, en cambio, son disímiles entre sí y cada uno se sitúa en un espacio y un tiempo especial. El primero fue el año 89 en el Estadio Nacional: U. de Chile 2 - General Velásquez 0, por el campeonato de segunda división. Los días miércoles solía salir de clases a la una y cuarto de la tarde y ese día había fútbol a las 14:30 horas, en esos horarios insólitos de antes. Así que ese día llegué a almorzar a mi casa, como costumbre, lo hice lo más rápido posible y me fui caminando al estadio solo y en camisa, ya que si bien estaba algo nublado, no hacía frío o yo era joven y producía mi propia grasa de ballena que me daba calor. Después de haber pagado mi entrada de "niño" (pondré que fue la última, aunque tal vez haya sido un poco antes: ya tenía trece años, era alto y con púberes vellos en la cara), esa entrada que contaba trescientos, quinientos pesos y que me permitía ir seguido al estadio sin tener que mendigarle plata a nadie, se puso de pronto a llover con mucha fuerza, con tanta que los pocos que estábamos ahí nos guarecimos en el pequeño espacio bajo el tablero marcador. Pero poco a poco empezó a llegar más gente (en total dos mil, tres mil fanáticos-fanáticos), que hizo que por alguna extraña iluminación mental algún dichoso dirigente permitiera que se abriera el sector de Tribuna Marquesina para que los desafortunados feligreses pudieran guarecerse de la ira de Dios. Así pude ver, por primera y única vez, con mucho frío, eso sí, solo estaba en camisa de manga larga, un partido de fútbol en ese privilegiado sector del Estadio Nacional. Ahí vi un gol de canilla de Horacio Rivas (literalmente estábamos en los potreros), a Cristián Castañeda jugando de puntero derecho por los de Tagua Tagua y por primera y única vez también a Los de Abajo alentando desde la Tribuna Andes. También recuerdo haber ido, en el entretiempo, al sector de las cabinas periodísticas y haberle dicho "Hola" a Julio Martínez, café en mano, en medio de la soledad y oscuridad de ese pasillo y absolutamente asombrado de su prominente cráneo calvo, tan parecido a un huevo, y tan verdadero como era posible de apreciar por televisión. Como se podrá ver, un partido memorable bajo todo punto de vista.
El segundo partido tiene otra historia, pero sirve de contraste, sirve para dejar aún más en evidencia la orfandad del hincha tradicional chileno que no puede dejar de ir al estadio, aún sabiendo que se mojará hasta las canillas y sirve también para terminar de darle una cachetada bien dada para dejarle la mejilla roja. Se trata de un partido en el Estadio Santiago Bernabeu en Madrid, el 2008, un Real Madrid 3 - Villarreal 2, con Pellegrini en la banca y Matías Fernández fuera por lesión, junto a otra enorme cantidad de estrellas: Guti, Robinho, Raúl, Robben, Casillas, Pirlo, entre otros. Un gran partido y un estadio mítico, al cual solo es posible accede
r desembolsando veintecinco mil pesos para acceder a la ubicación, entrecomillas, más rasca, detrás de un arco, en la cuarta bandeja, donde todo se ve como desde un edificio, bien inclinado, hacia abajo. Donde todo se ve, en todo caso, increíblemente bien. El asunto es que la lluvia fue de proporciones y con Ale (primera vez que me acompaña a un estadio) no nos mojamos ni un ápice, disfrutamos observando a los locos españoles comiendo sus bocadillos y terminamos de maravillarnos con tanta modernidad cuando ya comenzado el partido empezamos a sentir un leve calorcito agradable que prontamente se fue haciendo más intenso hasta darnos cuenta que desde arriba, desde el techo del estadio que rodeaba toda la cancha, se habían encendido unos calefactores gigantes. ¡El estadio tiene calefacción! Algo nunca visto ni jamás imaginado, es decir, que al hincha se lo trate con tanta deferencia y preocupación.
El tercer y último partido fue ayer y se sitúa a medio camino entre el primero y el segundo, o sea, entre la precariedad y la modernidad, una metáfora del Chile actual que está creciendo y quiere ser desarrollado. Un partido modesto en un estadio pequeño, pero cómodo. Audax 1 - Curicó 1 en el Estadio Bicentenario de La Florida, con frío, con lluvia, desde la galería visitante, junto a la agradable pasión coral de Los Marginales, pero sin mojarse nada, porque el estadio está completamente techado y uno ve cómo cae la lluvia reflejada por las luces que iluminan la cancha, cómo cae, finita, silenciosa, "grácil, leve" como diría Pezoa Véliz y uno no se moja y allí en la cancha los jugadores cumpliendo el sueño del pibe, felices, corriendo mucho, tocando, brindándose en cada jugada para que al final los tres mil parroquianos presentes, todos sequitos, ninguno resfriado, los despidan con un cerrado aplauso porque mojaron la camiseta y produjeron un intenso partido bajo la lluvia, bien disputado, emocionante, lleno de pasión, esfuerzo y dedicación. Y uno como hincha, vuelve a casa, pensando en esta crónica, pensando que prontamente tendremos otros estadios como este, entre ellos el mismísimo Estadio Nacional, completamente techados, cómodos y agradables. Entonces surge una insospechada conclusión: para los hinchas, ver un partido bajo la lluvia, sin mojarse, también es un secreto sueño del pibe.