jueves, 23 de julio de 2009

Manual para perdedores

Así se llama una novela del argentino Juan Sasturain. Me atrajo el título y lo quise empezar a leer hace un año o más, pero no me agarró; me pareció el típico libro policial. A lo mejor debiera pescarlo de nuevo, darle una oportunidad, escribir sobre él. Al menos, pido prestado su título para esta crónica que habla de los perdedores, si es que existen.

Este tema siempre me atrajo. Desde que una vez en tercero medio el profesor de filosofía que tanto recuerdo y agradezco por sus lecturas y sus grandísimas palabras como también por su consejo de no leer a Nietszche que hizo, por cierto, que me fuera de cabeza a leerlo; desde que el profe, decía, nos hizo leer un extraño texto que hablaba de triunfadores y perdedores que me quedó dando vuelta este asuntito. ¿El mundo estaba dividido entre perdedores y triunfadores? Ciertamente que no. Sería ridículo pensar en eso. El mundo no es blanco y negro. Pero tengo la sensación que para muchos esta dicotomía es real e incluso necesaria, alimentados tal vez por esa cultura tan norteamericana que nos habla a través de cierta filmografía de poco valor, aquella que nos recuerda que en el mundo a los losers y a los nerds lo que les espera en la vida es el infierno. En Chile, por cierto, los campeones del exitismo individualista, el disco duro está rayado hace rato con ciertos aires de grandeza que constantemente inflan más nuestro pecho. Sin embargo, hay toda una cultura del perdedor, tan lesiva, tan orgullosa y denigrante que nos habla de grandes personajes de la historia que en vida fueron ninguneados, pero alcanzaron la fama una vez convertidos en leyenda. Aquí entran una serie de escritores, pintores, músicos, artistas en general que resultan ser de culto por su resistencia y persistencia, sobre todo por cierta resistencia, como Kafka, por quien un sesudo autor escribió un libro llamado Kafka o por una literatura menor.
Pero en fin, para variar me estoy desviando del tema. No me gusta hablar de perdedores ni menores, aunque a algunos sujetos se los tilde de tal ("se trata de un poeta menor", la frase resuena en una que otra charla literaria trasnochada). Por ejemplo, Laurel y Hardy, los tardíos personajes de Triste, solitario y final, la increíble novela de Osvaldo Soriano, son catalogados como tal por encontrarse ya en el ocaso de una brillante carrera. El gordo Liaño, el antiguo manager de Martín Vargas, también aparece pintado así en el excelente documental Chi-chi-chi-le-le-lé, Martín Vargas de Chile. Jorge Márquez, hoy perdido en algún lugar de París, me contó una vez que en el bar La Unión chica (lugar de perdedores para cierta cultura larista) conversó mucho rato con Víctor Nilo, aún apesadumbrado, veinte años después, por el contrincante que una vez mató arriba de un ring. De acuerdo a la categorización fría y distante, tajante y demoledora, el ex boxeador nacional también entra en el mismo saco de la leyenda.

Veo una película de Francois Truffaut, Disparen sobre el pianista, protagonizada por Charles Aznavour y en la contratapa de la carátula se señala que se trata sobre un perdedor: un eximio pianista que pudo hacer carrera como solista tocando en los mejores teatros de Europa, pero que sin embargo termina tocando una pianola destartalada en un barcillo del arrabal, en una suerte de boite. Veo la película y desde el principio siento una cierta afinidad con el personaje. El tipo se queda donde le queda, finalmente, más cómodo. ¿Hay algo de malo en eso? ¿Debe ser castigado por haber optado por una vida menos glamorosa? También me acuerdo de una extraña película de Win Wenders, El miedo del portero ante el penalty, de un arquero cuya vida transita entre el deporte y lo policial. Finalmente, no termina siendo destacado por sus voladas gatunas ni por sus achiques valerosos, sino que por un crimen, como aparece en la foto de más arriba.

El rótulo de perdedor es fuerte, es aniquilador. Un cantito de las barras argentinas, ese que dice "Vos sos de la B" o ese otro "Se van para la B", que son de burla malintencionada, hiriente, que pretende pisotear al que está en el suelo. Hay una cancioncita bien buena también, de Beck, cantada en inglés y en español con el mismo estribillo: "Soy un perdedor, I am loser, baby..." En fin, la lista puede ser larga y, por lo que estoy viendo, algo disparatada. A lo concreto: ciertamente me terminan generando más simpatía aquellos que son ninguneados de manera permanente, los que habitan cierto margen, pero que son honestos, humildes y demuestran tener un talento corajudo y recio para estar, pese a todo, con la cabeza levantada, sin pretender mirar el suelo, que los que andan por la vida declarando su éxito. Esos, finalmente, terminan imponiendo su arte. Supongo que esa simpatía es también una declaración de principios, un negarse a tan absurda catalogación y sí, bueno, ya está, un querer optar por los que, pese a todo, tienen un cierto valor para mí. Sean quienes sean, habiten donde habiten, se llamen como se llamen, ganen o pierdan, hay un panteón ilusorio que está lleno de personajes a los que solo se les debe prender una vela y agradecer, como el niño de Los 400 golpes con Balzac, sobre todo agradecer por iluminar un cuadro de pronto, a veces, demasiado oscuro. No sé si esto forme parte del manual para perdedores, pero a mí, al menos, me sienta bien.

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