El club, actualmente en Tercera B (Cuarta División), debutó en primera en 1934, una sola temporada, y no volvió sino hasta 1950 tras la fusión con otro histórico como Badminton, pasándose a llamar Ferrobádminton, manteniéndose en la división de honor de manera ininterrumpida hasta 1964, año en que descendió para volver el 66 y nuevamente bajar para nunca más volver. Después de su último descenso volvió a retomar su nombre original y así se ha mantenido hasta ahora, más bien en las penumbras. Pero algo no menor en un fútbol históricamente pobre como el nuestro fue el hecho de ser uno de los pocos clubes en tener estadio propio gracias a sus dueños, EFE, la Empresa de Ferrocarriles del Estado. Según la página web http://www.3division.cl/, este tuvo capacidad para treinta mil personas, cosa que pongo en duda, aunque revisand
o algunas antiguas revistas Estadio se nota que por las fotos albergaba al menos a quince mil. Así también me lo dijo alguna vez mi padre.
En sus mejores épocas el club tuvo una gran base social en los trabajadores de las maestranzas, los conductores de trenes y la gente del barrio cercana a la estación, quienes no solo disfrutaban de las instalaciones deportivas que incluían una piscina, sino que también formaban parte de otras ramas deportivas como el básquetbol. Pero como un viejo enfermo, el club fundado en 1916 lleva una larga agonía sin poder resucitar viejas glorias. Hoy son apenas unos pocos los que sobrellevan a un equipo tildado, junto a Magallanes, como el "último romántico" del querido fútbol chileno, con un estadio que producto de un incendio hoy solo puede albergar a mil doscientas personas en muy precarias condiciones, con un armazón de madera que apenas se sostiene.
Pensar en un club como este es dar cuenta de la realidad de muchos otros que apenas sobreviven el día a día. Es hablar de pobreza, orgullo y pasión. Pero Ferroviarios siempre fue algo especial. Alguna vez representó la modernidad de los trenes que bordeaban la zona urbana de un Santiago más provinciano. Alguna vez representó la promesa de una empresa estatal pujante que le proporcionaba a sus trabajadores espacios de encuentro y
esparcimiento. Pero por sobre todo siempre estuvo rodeado de un halo romántico, de ese que solo los trenes con sus vagones cansados pueden dar.
El CDF, el Canal del Fútbol dueña de los derechos de transmisión del fútbol chileno y cuyos propietarios -en un alto porcentaje- son los propios clubes profesionales (un modelo de negocios único en el mundo, según la revista Qué pasa y que ha sido muy exitoso por las altas rentabilidades, producto del medio millón de abonados con que cuenta hasta la fecha), hace algunos años puso en el aire un programa llamado Con Ferro en el corazón, muy en el estilo de Atlas, la otra pasión de Fox Sports. Gracias a este, muchos se acordaron que Ferro todavía existe y que aún representa a un sector social de la ciudad de Santiago, acotado y silencioso, rodeado de rieles y eternamente en crisis como la empresa de ferrocarriles. Gracias a este programa que bordea la nostalgia muchos recuerdan que alguna vez la camiseta amarilla y negra fue protagonista de grandes jornadas. De lo contrario, en un mundo competitivo como el de hoy, donde solo sobreviven los ganadores y los perdedores desaparecen, el club estarí
Mi padre decía que San Eugenio era el estadio más helado de Santiago. Lo corroboré un día de agosto de 1999 cuando en una tarde muerta decidí ir por primera vez al mítico recinto para advertir en terreno el verdadero romanticismo futbolero. El recuerdo lo tengo fresco. Sentado en uno de los viejos tablones doblados por el tiempo presencié junto a quinientas personas un partido de Ferro con Deportes Copiapó (en ese entonces la primera SAD, Sociedad Anónima Deportiva) por el campeonato de tercera división. Recuerdo haber pagado 500 pesos por la entrada y haber presenciado un gran partido de fútbol amateur, lleno de las ganas y el coraje que muchas veces le faltaba a los jugadores de las divisiones mayores. Todo ese entusiasmo y amor por el fútbol que trasmitían los jugadores alcanzaba para levantar la pasión de los viejos hinchas, y algunas mujeres y niños. Las banderas, mantas, termos, cigarros y algunas cajas de vino alcanzaban para alegrar la tarde dominguera de un Santiago aún con la resaca de la crisis asiática. Al caer la tarde, el viento que provenía del sur y que se colaba por la Maestranza, efectivamente hacía remolinos en los pies y generaba una humedad en las narices similar a la que se produce en los perros.
Por estos días decidí volver para dejar registro fotográfico de una ruina. La presidenta Bachelet ha anunciado la construcción de la línea 6 del Metro y San Eugenio será una de sus estaciones.
Quizás las retroexcavadoras modifiquen el mapa urbano. Se hacía necesario, entonces, una vuelta antes de todo cambio para fijar en la memoria los últimos vestigios de un pulmón futbolero. El estadio estaba cerrado y las viejas tribunas parecían trenes arrumbados, desnudos y raquíticos. El barrio parece ser el mismo de hace diez años. De hace cincuenta años. Viejos almacenes y hermosas casas de un Santiago antiguo. A lo lejos se ven las vías férreas que van al Sur. Pese a todo, San Eugenio sigue vivo, en pie, apenas sostenido por la pasión de unos pocos.